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Jorge Vilches

Humor para la libertad

Esta censura moral ajena a la legalidad encaja, sin duda alguna, con el comisariado político que el gobierno Zapatero quiere establecer en toda España, sí, al estilo de ese Consejo Audiovisual que ya funciona en Cataluña.

El humor es un fenómeno cultural, y no podemos pretender que Ahmadineyad, presidente de Irán, entienda el occidental. Pero sí tenemos que defender una de las características de nuestra civilización: la libertad, porque el humor es una de sus manifestaciones. Otra cosa, como pedir la autocensura, o limitar la libertad de expresión para evitar la susceptibilidad de los fanáticos, no es más que una concesión, una más, al totalitarismo islamista.

El gag, joke, humour o chiste ha sido siempre la medida de la libertad verdaderamente existente en una sociedad. También el humor sirve como clave para comprender la situación de una cultura, hasta de una civilización, desde las perdidas Poéticas de Aristóteles, que le sirvió a Umberto Eco en El nombre de la rosa, hasta hoy. La irrupción en los últimos veinte años de "lo políticamente correcto", normalmente identificado con los principios considerados progresistas, ha limitado mucho la libertad, también en el caso de la creatividad humorística. La autocensura, la acomodación a clichés, ha supuesto un evidente retroceso, sobre todo porque la corrección política no se ha visto suplida por la inteligencia o el ingenio.

La autocensura no es nueva. Francis Bacon hablaba de que había dos cosas a proteger del humor: la Iglesia y el Estado; pero hablaba en la Inglaterra del siglo XVII. Y es que el control de los mensajes políticos y sociales que acompañan al humor, como a cualquier manifestación popular, es importante para el dominio de la opinión pública.

La carta firmada por Zapatero y Erdogan es alarmante. En primer lugar, porque da el tono de una cultura, la nuestra, que es capaz de renunciar a la libertad; posiblemente porque algunos la han menospreciado mucho durante mucho tiempo. En segundo término, la carta es inquietante porque el presidente español pide la autocensura; es decir, la limitación de la libertad a presupuestos morales establecidos desde el poder, lo que es el cercenamiento de la creatividad al margen de la ley democrática. Esta censura moral ajena a la legalidad encaja, sin duda alguna, con el comisariado político que el gobierno Zapatero quiere establecer en toda España, sí, al estilo de ese Consejo Audiovisual que ya funciona en Cataluña. En tercer lugar, aquella carta es un despropósito porque marca el doble rasero, la distinta permisividad que el gobierno socialista contempla para la libertad de expresión. Y, por último, nos enseña qué civilización islámica tiene enfrente Occidente –unas "masas musulmanas" incitadas por las autoridades iraníes y sirias, y Al Qaeda–, y la predisposición que los dirigentes de uno y otro lado tienen para ceder, atacar o defender sus principios.

El adversario (o enemigo) no puede marcar el nivel de la libertad de expresión del contrario. Ya lo dijo André Maurois: "la única causa de esta guerra (la Primera Mundial) es que los alemanes no tienen sentido del humor". Claro que también los alemanes, a raíz de la guerra de liberación contra Napoleón, bromeaban: "¿Hablas francés tú también?", "Lo hablo, pero nadie me entiende". Es el contexto el que al final convierte una sentencia en una humorada. Por ejemplo, y dado el carácter que las cosas van tomando en España, cabe decir con Jardiel Poncela que "hoy la historia sagrada me parece más lógica que la mitología, y el fútbol mucho más inteligente que el socialismo". Pero tranquilos, es solo humor.

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