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GEES

La pesadilla diplomática

Opciones hay muchas, sólo hay que tener la voluntad de aplicarlas en su momento. Pero alimentando la idea de que todo está perdido de antemano lo que se hace, en realidad, es sembrar la semilla de la derrota.

Todo el mundo parece estar de acuerdo: un Irán nuclear supondría un cambio estratégico de tal importancia que sólo encontraría su equivalente en la caída del muro de Berlín y los subsiguientes cambios que acontecieron en el orden internacional. Igualmente, todo el mundo sabe, aunque no lo diga en voz alta, que el proceso diplomático no va a detener el programa nuclear iraní ni va a poner fin a las ambiciones de los ayatolas.

El pesimismo triunfa porque es la lógica de los departamentos de Estado y ministerios de Exteriores lo que prima en la posición occidental. Y ya se sabe que lo que los diplomáticos buscan siempre es una solución negociada aunque imperfecta antes que cualquier otra opción de fuerza. Esa es su naturaleza y misión. El problema es que no es el momento de los diplomáticos con Irán. Su hora ya ha pasado.

Y el pesimismo triunfa porque lo que vienen a decir los negociadores es que no hay instrumentos suficientes para detener al régimen teocrático de Teherán. Hacerle la vida menos cómoda con condenas morales y alguna que otra sanción es todo lo alcanzable por nuestra parte. Pero no es verdad. Hay medidas políticas más fuertes y decisivas que se pueden adoptar. Una, admitir urgentemente a Israel en la OTAN y ofrecerle una disuasión extendida igual a la que los americanos ofrecían sobre Europa frente a la amenaza de la URSS. Dos, acelerar la caída del régimen de Corea del Norte –una fruta madura– y enseñar al mundo que nadie se sale con la suya en materia nuclear en contra de la comunidad internacional.

Y todavía queda la opción militar. Suele decirse que los iraníes aprendieron la lección de la destrucción de Osirak de 1981, cuando una escuadrilla de aviones israelíes destruyeron el reactor nuclear en construcción por Saddam Hussein. Que han multiplicado sus instalaciones y que las han endurecido, poniendo muchas bajo tierra. La realidad es que han multiplicado dichas instalaciones no como medida de seguridad, sino porque su programa de enriquecimiento a través del hexafluoruro de Uranio exige una cadena numéricamente importante y físicamente abultada. No es necesario destruir todos los componentes para dañar vitalmente el programa nuclear iraní. Particularmente si se acompaña tal medida con severas sanciones que hagan imposible para Teherán hacerse con nuevos componentes con los que reconstituirlo. De la misma forma, se pueden atacar no sólo edificios e instalaciones; también son vitales las personas que dirigen los programas, sin los cuales éstos sufrirían un enorme retraso.

Hay que ser imaginativos, pero no pesimistas. Opciones hay muchas, sólo hay que tener la voluntad de aplicarlas en su momento. Pero alimentando la idea de que todo está perdido de antemano lo que se hace, en realidad, es sembrar la semilla de la derrota. De nuestra derrota.

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