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Serafín Fanjul

No en mi nombre

Quiero pertenecer a una nación y a un continente que no se avergüencen de su pasado, habiendo tanto para enorgullecerse; que sepan valorar y hacer valer cuanto de bueno hemos conseguido en los planos filosófico, político, cultural, técnico y civilizatorio

Transido de emoción, leo en la prensa que una directora de cine danesa, de nombre Annette Olsen, ha realizado una película que refleja los amores entre un palestino y una danesa. Por lo que se colige en la información, la cinta recoge los avatares y dificultades que tal pareja puede arrostrar. Bien está. Y si la producción no es autobiográfica –cosa posible, dada la originalidad habitual entre los progres– cualquier intento de presentar esta clase de conflictos interculturales quizá revista interés, si alcanza una cierta dignidad artística, y por aburridos que estemos de variantes de Romeo y Julieta.

No se me ocurre más que una objeción: ¿para cuándo otro filme que muestre los problemas del amor, hoy por hoy imposible en sentido absoluto, entre una palestina musulmana y un danés? Este aspecto de la cuestión, que subsume al menos el cincuenta por ciento de nuestras relaciones con el islam, queda obviado y pospuesto sine die. Así se cierra la trampa que nos tendemos a nosotros mismos al aceptar principios tan insostenibles como que todas las culturas son iguales o que el complejo de culpa, asumido de modo tan acrítico como cobarde por los pueblos europeos, debe prevalecer sobre otras consideraciones. Por añadidura, la danesa se adorna en la suerte achacando los dibujos de Mahoma a la "ola de islamofobia existente en Dinamarca". Una vez más, la idea de la conspiración, ahora ya no antiárabe, sino antiislámica, regresa a nuestros inermes oídos y esta señora abunda en la tesis de la maldad intrínseca de la cultura occidental, gracias a la cual vive, dirige películas y hace cuanto le viene en gana. El síndrome de Estocolmo se ha trasladado a Copenhague: bravo. Doña Annette se enfunda en varios mitos y sale de paseo: el del Buen Salvaje, el de la expiación del pecado original (¡ser europeos!) y el del retorno al Paraíso Perdido, que seguramente encontrará en Gaza, la tierra de Yusra al-‘Azami, la infeliz muchacha linchada por pasear con su prometido, con el que se iba a casar un mes más tarde.

Pero Annette, la bizarra, no está sola. Una legión de europeos, que ni siquiera son musulmanes, se encocoran por la imperdonable afrenta y marcas francesas como Carrefour y Nestlé lanzan una campaña en el mundo musulmán aclarando bien clarito que son eso: francesas. Nada que ver con Dinamarca. Y Solana, el mismo de "OTAN, de entrada no" que luego fue Secretario General de la OTAN, se va de gira para pedir perdón por los centros punteros en la defensa de los derechos humanos, ubicados todos en Oriente Próximo. Más parabienes. ¿Cómo hemos llegado a esta situación miserable? Hace tiempo venimos observando sucesos inquietantes nunca respondidos, o reídos a mandíbula batiente por los progres de aquí o acullá. Se han recordado casos lamentables cuyo colofón es, como mínimo, la existencia de una doble vara de medir según los injuriados pertenezcan a una u otra creencia. Entre los acaecidos recientemente cabe destacar la obra teatral "Me cago en Dios" en el Bellas Artes de Madrid, un Cristo cocinado para dos personas en la tele de Prisa, otro Cristo con misil al brazo de la Feria Arco, la imagen de la Virgen María con un pene en la mano, las recurrentes viñetas injuriosas contra curas y obispos católicos obra de un tal Romeu en el periódico El País, la exhibición de una Barbie crucificada junto a unas tipas disfrazadas de monjas con liguero y falsos prelados de gesticulación obscena en una manifestación encabezada por la ministra de Cultura en compañía de varias gerifaltas –dirían ellas– de su partido... Por no agregar insultos directos a otras instituciones o sentimientos como las madres de los militares (Iu Forn) o la Nación española, obra y gracia del académico Rubianes.

En este panorama de desorientación y escarnio siempre contra los mismos, las Cortes de Aragón, dominadas por el mismo partido de Solana, han aportado su granito de arena ocultando el escudo regional porque en él campean las cabezas de cuatro moros. Y el año se inauguraba en Austria, país presidente este semestre en Europa, con unos carteles callejeros de publicidad oficial en que Chirac, Bush y la reina de Inglaterra escenificaban un enganche erótico a tres bandas: ineluctablemente el autor, Carlos Aires, era un español. Por fortuna, la mamarrachada fue retirada de inmediato, porque Austria es un país serio donde no se pueden perpetrar chabacanería sin ton ni son. Pero todas éstas son sólo muestras, efectos del mal: pensemos en sus causas. Mientras, ahí estamos, esperando a la Alianza de Civilizaciones.

En mi primera colaboración en estas páginas electrónicas enuncié unadesiderataretórica ("Quiero ser americano") que con el transcurso del tiempo casi ha llegado a convertirse en declaración programática. Y si no americano, al menos quiero pertenecer a una nación –la mía: España– y a un continente que no se avergüencen de su pasado, habiendo tanto para enorgullecerse; que sepan valorar y hacer valer cuanto de bueno hemos conseguido en los planos filosófico, político, cultural, técnico y civilizatorio, que tanto costó a otros europeos, a otros españoles y que no estoy –no estamos– dispuestos a malbaratar pidiendo perdón a quien no lo merece. Los políticos una vez más, en esta ocasión a escala continental, se hallan a años luz de gran parte de las poblaciones. Y se está viendo. Solana pide perdón, pero no en mi nombre. Ni en el de muchos europeos. La pregunta es: ¿cuántos?

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