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Cristina Losada

Recuerdos de una hoja de afeitar

Esa Memoria que propugnan será sólo una aplicación de aquel slogan que Orwell plasmó en 1984: quien controla el pasado, controla el futuro; quien controla el presente, controla el pasado. Un instrumento para inyectar odios viejos en odres nuevos.

Hace cuatro años, un periódico local sondeó los conocimientos de los estudiantes de un instituto vigués sobre la guerra civil y el franquismo. Fue un magnífico reportaje sobre el estado de la enseñanza en España. No podían caber más disparates en menos espacio. El que no creía que la guerra había sido entre "los liberales y los grises", pensaba que se había librado entre "rojos y nacionalistas", y el que no, aventuraba que "contra los franceses". En cuanto a las fechas, hasta por sorteo se hubiera acertado más. Para unos había estallado en 1983, para otros había durado hasta 1975, y el franquismo, los largos cuarenta años, se reducían a diez, cinco o cuatro nada más.

Digan lo que quieran los inventores de la fábula de la amnesia de la Transición, pero tales despropósitos no hubieran salido de la boca de estudiantes de los sesenta y los setenta. Aquellos tuvieron –tuvimos– la suerte de no sufrir las sucesivas y nefastas reformas educativas. Pero la ignorancia sobre la propia historia, y sobre tantas otras materias, que ha cultivado la LOGSE, ha dejado un vacío. Un erial que se han propuesto sembrar los adalides de la empresa que funciona con el contradictorio lema de la Memoria Histórica. ¿Su objetivo? Que la próxima vez que se pregunte a unos estudiantes sobre la guerra civil, respondan que se libró entre los defensores de la democracia y las hordas fascistas de Aznar.

Esa y no otra es la meta. Los viejecitos que malviven con pensiones miserables les traen tan al fresco como a los gobiernos de Felipe. Merecedores de respeto, como todas las demás víctimas de la guerra, son, sin embargo, mero material para manipular sentimientos y conciencias en manos de los alquimistas de la Memoria. Pero no todos los materiales admiten ese tratamiento. Gracias al alud de estudios históricos que ha desencadenado la fiebre exhumadora, hoy sabemos más que ayer del pasado. Y más que sabremos mientras no puedan, como querrían algunos, encarcelar a historiadores y censurar libros y artículos.

Así que cuando este martes, Joan Tardá se levante para exigir la aprobación de una Ley de la Memoria Histórica "republicana y antifranquista", nos acordaremos de la hoja de afeitar. Que era el instrumento con el que el doctor Dencás, uno de los héroes de las diez horas de Estat Català, desgarraba los escudos de la República que adornaban los escaños de los diputados de Esquerra en el Congreso. Y recordaremos cómo sus huestes en Cataluña arrancaban entonces la tricolor para pisotearla, quemarla o hacerla trizas. Y cuando Tardá reclame que el Rey pida perdón a las víctimas del "levantamiento militar contra la Constitución Republicana", será el momento de refrescarle la memoria: de demandarle a su partido disculpas por el golpe de Estado contra aquella misma Constitución en 1934, y resarcimiento a los sucesores de quienes en él perdieron la vida.

Nos acordaremos de otros muchos episodios vergonzosos, que pretenden sepultar en el olvido. Pues sólo ocultando parte de la historia pueden Esquerra y el PSOE, los nacionalistas y los herederos de los comunistas, aparecer como defensores de una República en la que ninguno de ellos creía y que todos contribuyeron a hundir. Carecen esos partidos de fuerza moral para abrir un proceso de recuperación de la verdad histórica, cuando ninguno ha reconocido su responsabilidad en el estallido de la guerra, ni se ha arrepentido de las atrocidades cometidas por sus predecesores. Mientras eso no ocurra, esa Memoria que propugnan será sólo una aplicación de aquel slogan que Orwell plasmó en1984: quien controla el pasado, controla el futuro; quien controla el presente, controla el pasado. Un instrumento para inyectar odios viejos en odres nuevos.

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