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EDITORIAL

Nueces de Cataluña

No era necesario Perpiñán para que los crímenes de los etarras rindieran dividendos en las cuentas del nacionalismo catalán; tan sólo lo ha explicitado con más claridad.

Muchos llegan a minimizar la importancia de ETA y reducen la de las víctimas del terrorismo alegando que, al fin y al cabo, más gente muere en accidente de tráfico o asesinados por la delincuencia común. Olvidan así que la banda condiciona con su actividad criminal la vida política y la libertad. Pese a su reciente reaparición, no sucede lo mismo con el GRAPO, cuya presencia no supone para la ciudadanía mayor perturbación que la de un grupo de delincuentes organizados cualquiera, que ya es bastante. Nadie se preocupa por sus exigencias porque nadie hay detrás de ellos recogiendo nueces y alimentando el odio que nutre sus cuadros.

Sin embargo, la presencia constante del terrorismo nacionalista vasco no ha hecho más que hacer variar la agenda política, haciéndola girar siempre en torno a las exigencias del nacionalismo "moderado", y no sólo del vasco. El miedo dificulta la acción de quienes se atreven a discrepar del nacionalismo obligatorio, condenándolos al silencio o a la escolta, facilitando así que el nacionalismo sea el único discurso posible. Algo que sucede con o sin muertos. Y así, poco a poco, hemos llegado a una situación en la que un presidente del Gobierno de España llega a afirmar que la nación es un concepto discutido y discutible como paso previo al regalo a los nacionalismos por vía estatutaria del control sobre la actividad política, tanto de sus regiones como del resto de España.

El comunicado de ETA, que hemos conocido mientras los asistentes a la manifestación regresaban a sus casas, viene a confirmar lo que el Partido Popular ha mantenido siempre sobre las relaciones entre los terroristas y la reforma del estatuto catalán. Los insultos que llovieron sobre Acebes por indicar esta verdad deberían recordarse ahora que la banda de asesinos ha venido a incidir en lo obvio. No era necesario Perpiñán para que los crímenes de los etarras rindieran dividendos en las cuentas del nacionalismo catalán; tan sólo lo ha explicitado con más claridad. Durante las décadas del pujolismo, éste se presentó como el nacionalismo bueno al que había que favorecer desde el gobierno central frente al malo, que lo era por la presencia de ETA. Las cesiones de esos años no son menos ciertas que las realizadas gracias a los tejemanejes del club de Perpiñán; esas reuniones secretas tan sólo han hecho más rápido e inmoral el proceso. Estamos, como ha indicado Mayor Oreja, ante un intento de romper España, en el que los nacionalistas vascos que empuñan las armas y los catalanes que sostienen el gobierno actúan con los mismos objetivos y en la misma dirección.

La única esperanza en este escenario sombrío es que la necesidad de acabar con España mientras Zapatero esté en el poder lleve a estirar demasiado la cuerda y provoque la reacción de los ciudadanos. Por eso el Gobierno tiene tanto pánico a las manifestaciones y, por eso, intentan minimizar de forma tan ridícula las cifras de asistencia. Confía en que la ayuda abrumadora que recibe de los medios de comunicación le permita concluir este proceso sin desgastarse excesivamente. Cada vez que los ciudadanos protestan de forma masiva en las calles, esa ficción televisiva se desmorona. Zapatero sólo puede concluir este proceso con el silencio cómplice de los españoles. Una vez más, éstos le han demostrado que no están por la labor.

En España

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