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Francisco Cabrillo

Sir Francis Bacon, filósofo, científico... corrupto y prevaricador

Bacon era, ciertamente, un sinvergüenza y un corrupto. Pero no cabe duda de que murió como un verdadero científico.

Pocos filósofos han alcanzado en el mundo la fama de Sir Francis Bacon, el hombre quien dijo Carlyle que "podía conversar con el universo", y que ha sido considerado junto con Galileo, como el creador de la ciencia moderna. Bacon nació en Londres el año 1561, siendo el hijo menor de uno de los más relevantes personajes de la corte de Isabel I. Francis estudió en Trinity College (Cambridge) y pronto se dedicó al ejercicio del derecho y a la política. A los 23 años era ya miembro de la Cámara de los Comunes; y su ascenso social se aceleró tras la subida al trono de Jaime I. El nuevo rey no sólo lo ennobleció sino que llegó a darle el cargo más importante de la Corte de Inglaterra, el de Lord Canciller. Fue así Sir Francis Bacon uno de los personajes más importantes de la nación en las dos primeras décadas del siglo XVII no sólo por sus cargos públicos, sino también por sus obras en el campo de la filosofía y de la ciencia; al margen del hecho muy discutido de que pudiera haber sido el autor de algunas obras de teatro firmadas por un tal William Shakespeare.

Aunque los problemas económicos no constituyeran en ningún momento el objeto principal de sus estudios, Bacon escribió algo sobre economía y, sobre todo, influyó en el desarrollo de esta disciplina con sus trabajos sobre metodología de la ciencia. Tres son las aportaciones que en el campo de las ciencias sociales realizó nuestro personaje. En primer lugar están sus escritos sobre temas estrictamente económicos. Se preocupó Bacon, en efecto, de analizar cuestiones de gran importancia en la época, como los efectos de la balanza de comercio o la relevancia de los tipos de interés y las leyes contra la usura. Pero el interés de sus aportaciones a estos temas es muy pequeño. Mercantilista en política comercial y partidario del control de los tipos de interés, poco o nada innovador puede encontrarse en sus reflexiones sobre estas cuestiones. El segundo tema relacionado con la economía que interesó a Bacon fue la estructura misma de la organización social. El Canciller fue autor de una de las utopías más conocidas de la época, que se publicó un año después de su muerte, con el título de la Nueva Atlántida. Como en la mayoría de las obras de esta naturaleza escritas en los siglos XVI y XVII, su autor diseñó un esquema social teóricamente ideal, en el que cada ciudadano ocupaba un lugar claramente establecido y en el que, bajo la dirección de gobernantes justos y generosos, todo el mundo vivía feliz. No es preciso añadir que, para un firme defensor del absolutismo como Bacon, la clave del éxito de una sociedad de esta naturaleza radicaba precisamente en el despotismo ilustrado de quienes adoptaban las decisiones fundamentales del supuesto país.

Pero ha sido, sin duda, su teoría de la metodología de la ciencia lo que realmente a hecho pasar a Bacon a la posteridad, al haber influido de forma destacada en el desarrollo de la investigación científica en numerosos campos del saber. En libros como El progreso del conocimiento, Novum Organum o De Augmentis Scientiarum, Bacon rompió con la tradición escolástica y aristotélica y sentó las bases del método inductivo, poniendo el centro de la actividad científica en la observación de los hechos. No es ésta, desde luego, la idea que tenemos hoy de lo que es la ciencia, que consideramos como un proceso complejo que exige la formulación de hipótesis teóricas que puedan ser contratadas con el mundo real. Pero no cabe duda de que su énfasis en el análisis empírico supuso un cambio muy importante en un mundo muy alejado de la ciencia experimental, como era el del Renacimiento. Y que sin su obra no se entienden algunos desarrollos muy relevantes de la economía política inglesa del siglo XVII, como la creación por W. Petty de la llamada "aritmética política", un antecedente muy interesante de la moderna estadística económica.

En 1621 cuando contaba 60 años de edad, Bacon estaba en la cumbre de su poder y prestigio. Pero, para su desgracia, las circunstancias pusieron de manifiesto su falta de honradez y que, pese a todos sus méritos intelectuales, era un gobernante corrupto. Se descubrió, en efecto, que había aceptado un soborno de una de las partes enfrentadas en un proceso judicial que él debía decidir. No pudo negarlo y afirmó en el juicio al que fue sometido: "Confieso con total claridad que soy culpable de corrupción y renuncio a defenderme". Fue condenado, naturalmente. La sentencia incluía la pérdida de todos sus cargos y honores, la prohibición de ser miembro del Parlamento, una multa de cuarenta mil libras y el encarcelamiento en la Torre de Londres. Pero solo se cumplió parcialmente. Quedó deshonrado, ciertamente, y nunca volvió a sentarse en el Parlamento. Pero la multa nunca fue cobrada y no pasó más de cuatro días en la Torre.

Falleció Bacon cinco años después, en 1626. Y su muerte merece ser recordada por las peculiares circunstancias en las que acaeció. Parece que un día de invierno decidió estudiar los efectos del frío en la conservación de la carne. Compró para ello, un pollo y lo rellenó de nieve, para ver si ésta retrasaba el proceso de descomposición del ave. Lo malo fue que, en el curso del experimento, se enfrió y cogió una bronquitis que lo llevó a la tumba. Bacon era, ciertamente, un sinvergüenza y un corrupto. Pero no cabe duda de que murió como un verdadero científico.

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