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Juan Manuel Rodríguez

Diferencias entre dos breves, Pipino III y Benito Floro

El proceso de elección del sustituto de Arrigo Sacchi y el posterior nombramiento de Floro sólo pudo llevarlos a cabo un amante de la lectura de Franz Kafka.

En el estadio Santiago Bernabéu ya conocen a Benito Floro como "Benito el breve", buscando con el gracioso apelativo una imposible conexión histórica con aquel otro personaje, el rey Pipino, padre de Carlomagno, que es universalmente conocido hoy en día como "Pipino el breve". Pero Floro y Pipino tienen poco que ver, más bien nada. Si analizamos el fondo de la cuestión, ni siquiera les une el apodo. Es cierto que Pipino III ha pasado a la historia con el sobrenombre del "breve", sí, pero, al contrario de lo que pueda pensarse, la famosa "brevedad" del rey no hace alusión al poco tiempo que ejerció su reinado sino a su corta estatura, (dicen que medía 1 metro y 37 centímetros). ¡Ya hubiera querido permanecer Floro en el Real Madrid tanto tiempo como Pipino en su trono, ya!... Pipino, hijo de Carlos Martel, padre de Carlomagno y fundador de la dinastía carolingia, fue coronado rey en el año 751 y permaneció en el trono hasta su muerte en 768... De forma que bajito (breve) sí podría ser el rey de los francos, pero el tío aguantó diecisiete añitos en el trono como un campeón.
 
Pipino, además, subió al trono de una forma bastante natural, su nombramiento no sorprendió a nadie. Fue rey porque su padre era rey y porque su hermano mayor (Carlomán) se metió a monje benedictino, dejándole así el terreno expedito a su hermano. Pero el nombramiento de Floro, que ya advierto que no durará diecisiete años ni tampoco diecisiete meses, nos dejó a todos con los ojos como platos. ¡Floro, director de fútbol del Real Madrid!... ¡El mismo Floro que se estrelló en su etapa (igualmente minúscula en el tiempo) cuando entrenó al equipo!... El proceso de elección del sustituto de Arrigo Sacchi y el posterior nombramiento de Floro sólo pudo llevarlos a cabo un amante de la lectura de Franz Kafka. En realidad, y por mucho que les duela a algunos, Fernando Martín sólo está corrigiendo aquel inexplicable error.
 
Floro dejará de ser director de fútbol lo mismo que yo tendría que dejar de ser inmediatamente la vedette principal del Folies-Bergère si el empresario de turno hubiera tenido la infeliz ocurrencia de contratarme para amenizar el espectáculo. No creo que acepte una reubicación, ni tampoco pienso que perdone un euro sin lucharlo hasta el último segundo. Pero, en realidad, Floro no es el verdadero culpable. Sí lo es la persona que le eligió para ocupar ese puesto en el club. Diera la impresión de que Emilio Butragueño se salvara siempre. No avala, ni tampoco responde. Probablemente Martín también esté pensando en abreviarle a él, pero no como a Pipino sino como a Floro.

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