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Juan Carlos Girauta

No cuela

El carnaval africano de las sesenta de Maputo, por ejemplo, no hay modo de controlarlo porque cualquier cosa que se diga pasa por África y por las mujeres. Y a la mínima saltarán las feministas de mentirijillas que desplantaron a Ayaan Hirsi Ali.

Por un momento pensé que se trataba de un macrobotellón femenino y parlamentario, pero no, porque Montilla estaba ahí, como el dinosaurio de Monterroso. O de una nueva idea del artista Sierra, tras su cámara de gas en la sinagoga, pero no, porque Montilla desentona en una acción performativa. O de la hora de la serie venezolana, pero tampoco, porque se quedaron en el rellano. Se trataba de otra cosa: montar algo efectista y exageradito, como de cine español, sobreactuado, falaz e inverosímil, con torpes figurantes, un espontáneo y mucho ruido.

La vicezapatera, cuya falta de sintaxis y de sindéresis viene decorada con una desmedida afición al venablo fácil y pronto, no se puede ofender porque alguien le llame a su disfraz disfraz. Zaplana tiene su propia opinión acerca de lo que significa vestirse de vicepresidenta, pero ella prefiere, al menos los miércoles, vestirse para matar. A insultos, bronca y demagogia. Matar políticamente al adversario, que ya lo matará luego civilmente el imperio del gran poder. Si a Zaplana no le han encontrado nada, con las ganas que le tienen todos sus enemigos y varios de sus amigos, es que está más limpio que una patena. Pero una patena de verdad, que es el platillo donde se pone la hostia y no el estatuto catalán pasado por Rodríguez.

Según algunos optimistas, la oposición puede y debe plantear preguntas de control al gobierno. Salvo que el gobierno lo encarne una mujer, pues diga lo que diga el controlador, se le acusará de machista; salvo que el gobernante sea un bachiller lobbista de La Caixa, pues inquiera lo que inquiera el preguntón, se le etiquetará como anticatalán, etiqueta tan vistosa como la del Anís del Mono. Tantas son las excepciones al control real de los gobiernos paritarios, zurupetos y ultrademagógicos, que la que acaba siendo siempre controlada es la oposición. El carnaval africano de las sesenta de Maputo, por ejemplo, no hay modo de controlarlo porque cualquier cosa que se diga pasa por África y por las mujeres. Y a la mínima saltarán las feministas de mentirijillas que desplantaron a Ayaan Hirsi Ali. Y el pobre Blanco balbuceará no sé qué zarandajas sudafricanas. Pero no cuela.

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