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EDITORIAL

Las dos tardes de Moraleda

Si España durante los años del PP ha encabezado los índices de buen comportamiento económico en época de vacas flacas, la falta de reformas de fondo está llevando a que no se estén aprovechando las gordas como se debería.

El brillante economista norteamericano, y colaborador de Libertad Digital, Thomas Sowell, subtituló su segundo libro de divulgación de nociones básicas de ciencia económica "Pensar más allá de la fase uno". Los resultados de la última encuesta del CIS parecen indicar que los españoles necesitan una mejor educación en esa materia, puesto que colocan consecuencias como el paro como principal preocupación, mientras que las causas políticas del mismo o bien no aparecen o, como sucede con la poca confianza que merecen algunas instituciones a los inversores, están situadas en las últimas posiciones en forma de Estatuto de Cataluña.

Moraleda ha demostrado, mientras tanto, que su problema no está en la fase uno ni dos, sino en su dificultad para ejercer la mera actividad de pensar, al manifestar que "la ligera subida del paro es consecuencia de un crecimiento espectacular del empleo". Como los socialistas sólo aciertan cuando rectifican –algo que este gobierno hace muy poco a menudo–, Moraleda ha atinado más en su segunda intentona al situar el aumento del paro en el crecimiento de la población activa. Y es que la inmigración ha hecho crecer el número de personas en edad de trabajar que viven en nuestro país, y pese a que han sido ellas las que este trimestre han encontrado empleo, no ha sido suficiente como para que no aumentara la tasa de paro.

Los gobiernos de Aznar, y la política económica de Rato, lograron en ocho años aumentar en cuatro millones y medio el número de afiliados a la Seguridad Social y reducir el paro del 15,30% al 9,18%, pese a que su segundo mandato se encontró con la crisis mundial de las puntocom y el 11 de septiembre. En algunos periodos, en España se creaban aproximadamente la mitad de todos los nuevos empleos de la Unión Europea. Zapatero, en cambio, se está encontrando con una coyuntura mucho más favorable. Con Estados Unidos creciendo al 5%, China subiendo los tipos de interés para frenar un crecimiento que supera el 10% y una UE que parece recuperarse levemente gracias a las esperanzas que el gobierno de Merkel ha traído a la economía alemana, parece difícil que España pueda entrar en recesión si el gobierno no comete errores extraordinarios. Y eso pese a la alta inflación, el déficit de 6.000 millones de euros de la balanza comercial y la escasa productividad.

Sin embargo, si España durante los años del PP ha encabezado los índices de buen comportamiento económico en época de vacas flacas, la falta de reformas de fondo está llevando a que no se estén aprovechando las gordas como se debería. Tras dos años de inactividad, trufada con algún que otro error que no ha sido de envergadura suficiente como para arruinar una economía ahora fuerte, no parece que los últimos años antes de las elecciones sea el momento para tomar decisiones duras, que permitan encabezar de nuevo las posiciones de prosperidad y creación de empleo dentro de Europa. Y menos cuando parece que, salvo acontecimientos inesperados, Zapatero va a poder terminar su mandato sin que la economía sufra ningún cataclismo.

Una de las medidas más necesarias, una reforma laboral que permita crear más empleo y revertir la peligrosa tendencia de los dos últimos trimestres, parece lejana. El gobierno parece aterrado ante la posibilidad de unas protestas similares a las de Francia, pese a que ha soportado sin problema y sin vergüenza las protagonizadas por la derecha social. Así, todo se queda en la proclamada intención de "reducir la temporalidad" del empleo, pero sin atreverse a tomar la única decisión que podría conducir hacia ese objetivo, como es reducir el precio del despido. Una temporalidad, además, que ha descendido en el sector privado durante la última década y cuyo aumento se debe a su creciente importancia en el sector público, desmintiendo así la demagogia anticapitalista de los sindicatos.

Sin esa reforma y otras de similar calado parece difícil que, cuando lleguen las vacas flacas, España resista el impacto, aunque para entonces Zapatero haya renovado su mandato y le importe bien poco. Y es que es evidente que un gobierno que emplea a un portavoz tan iletrado en estas cuestiones, al que Jordi Sevilla aún no le ha dedicado las dos tardes de rigor, no es un gobierno que conceda a la economía ni, por tanto, al bienestar de los españoles la atención que merecen.

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