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EDITORIAL

La tinta del calamar

Lo sorprendente no ha sido el escándalo en sí, sino la espectacularidad con la que se han llevado a cabo las detenciones y los registros y, sobre todo, el día elegido para la operación.

Nueve detenidos y hasta 21 registros es el saldo provisional de la operación que ayer se puso en marcha contra dos sociedades de inversión que, presuntamente, habrían estafado a cientos de miles de pequeños ahorradores. El fraude, según parece, consistía en ofrecer altas rentabilidades a través de la inversión en sellos. Según los investigadores, era un sistema piramidal que precisaba para su funcionamiento de continuos aportes de capital, de nuevos inversores –generalmente pequeños– que, atraídos por la alta rentabilidad, financiaban el funcionamiento de la pirámide. De aquí que el número de damnificados sea tan elevado, mucho más que el de la célebre Gescartera.

La Fiscalía Anticorrupción ha encontrado indicios de un buen número de delitos en las dos sociedades registradas, Afinsa y el Fórum Filatélico. La investigación, por su parte, ha sido larga y compleja. Se remonta nada menos que a 1998 y las actividades delictivas se estuvieron desarrollando hasta 2001. Las posteriores pesquisas de la Agencia Tributaria desembocaron en una querella elevada a la Fiscalía Anticorrupción, que es la que ha motivado la intervención policial.

Nada nuevo, un fabuloso escándalo financiero en un mercado, el de inversión en bienes no tangibles, que apenas está regulado. Si se demuestran las prácticas piramidales de Afinsa y el Fórum Filatélico, sus responsables deberán rendir cuentas ante la Justicia. Será, asimismo, una buena oportunidad para elaborar una normativa sobre este tipo de sociedades, que mueven ingentes sumas de dinero y que, como el caso de los gestores de fondos de inversión, forman parte del sistema financiero.

Lo sorprendente, sin embargo, no ha sido el escándalo en sí, sino la espectacularidad con la que se han llevado a cabo las detenciones y los registros y, sobre todo, el día elegido para la operación. Ya es casualidad que, cuando todo el país está pendiente del caso Bono, sobrevenga un dispositivo policial de esta envergadura, que copa todos los noticiarios de radio y televisión y que, en cuestión de minutos, inunda los diarios de Internet. La actualidad dio ayer un giro absoluto en el lapso de sólo una hora y de Bono nunca más se supo. Una espesa tinta lo había ocultado.

Si no fuese porque sabemos que el PSOE es un experto en las cortinas de humo diríamos que se trata de algo fortuito. No es el caso. Hace no mucho, cuando se estaba aprobando el polémico Estatuto catalán, el mismo que ha sembrado la discordia durante incontables meses, otra operación semejante, con corrupción de por medio, se desató en Marbella. Entonces hubo que sumar, a la ínfima catadura moral de alguno de los imputados, su estrellato mediático. Un éxito sin paliativos que obró el milagro de que, al menos durante aquellos días clave, se dejase de hablar del Estatuto. Todo por obra y gracia, una vez más, de la proverbial tinta que apartó ayer a Bono de la primera plana.

De cualquier modo, no fue aquella la primera vez que la oportuna y puntual tinta cubría el panorama informativo justo en el momento en que al Gobierno le venía bien. En el otoño de 2004 se desarticuló una banda islámica que tenía como objetivo sembrar el terror en la calle Génova de Madrid, lugar donde se encuentra la sede del PP y en cuyas inmediaciones se halla el Tribunal Supremo y la Audiencia Nacional. Aquello desmontaba de cuajo el mantra distribuido por la izquierda que unía íntimamente la guerra de Irak y la masacre del 11-M. Si ya se habían retirado las tropas y Zapatero pedía a otros países que hiciesen lo propio, ¿por qué habrían los islamistas de atentar justo en Madrid?

Antes de que a la gente le diese tiempo a pensar y estableciese las relaciones pertinentes, el calamar soltó una andanada de tinta. En aquel momento fue el absurdo escándalo de las recogepelotas femeninas, modelos de profesión, en el Masters de Madrid. La banda islámica y sus criminales planes pasaron a mejor vida. Nadie más habló de ello. Meses más tarde, en plena Comisión parlamentaria del 11-M, cuando desde el Gobierno se insistía en la autoría islámica de los atentados a pesar de que las investigaciones se alejaban de ella, se ordenó la detención de varios sospechosos, presuntos yihadistas, que tuvieron que ser liberados posteriormente por falta de pruebas. La tinta en aquella ocasión lo que ocultó fueron las dudas razonables de los investigadores. 

No hay más que tomar la hemeroteca y darle un simple vistazo para darse cuenta de que esa tinta siempre aparece en el momento adecuado. Y donde hay tinta, hay calamar.

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