Menú
EDITORIAL

El coste del tribalismo

El de la globalización, la integración económica, la ruptura de barreras comerciales es un mundo donde las miserias nacionalistas no tienen cabida, pero sí tienen consecuencias

La compañía multinacional Braun ha tomado la decisión de abandonar España. Desmantela su fábrica de Esplugues de Llobregat, en Barcelona, por lo que al menos 640 familias tendrán que buscar trabajo en otro lado. En el último año, son más de 6.500 los empleos que han desaparecido en nuestro país por el abandono de multinacionales, como Mercedes Benz, Lear y varios otros. Es el mal llamado proceso de deslocalización, que más valdría llamar relocalización, dado que los centros de trabajo que dejan de estar en funcionamiento en un lugar pasan a otro; en el caso de estas compañías a la Europa del Este y otros países con costes más bajos.
 
Pero el proceso de desmantelamiento de las instalaciones de multinacionales no ha afectado a España por igual, sino que está teniendo una especial incidencia en Cataluña, donde se han destruido 4.500 de los 6.500 empleos perdidos en el último año y con diferencia es la región más afectada por la relocalización. Nada nuevo ni casual, pues el abandono de las multinacionales se ha acelerado en los últimos cinco años; en ese mismo período sólo seis comunidades han crecido menos que Cataluña. Esta región, que ha recibido durante décadas gran parte de la inversión industrial en España, resulta cada vez menos atractiva. Compárese con Madrid, que en los últimos cinco años ha superado la media nacional en crecimiento, y cuyo desarrollo industrial y de servicios es más que notable.
 
Cataluña está aquejada de una enfermedad moral y política, que es también económica, indivisibles como son estos aspectos de la vida ciudadana. Es el nacionalismo, que consiste en la utilización política de los instintos tribalistas que no ha podido borrar la civilización; es un mal atávico, que en España ha sido tolerado y fomentado por nuestro sistema autonómico. El nacionalismo es una ideología de y para el poder. Construye un falso ideal que se identifica con “el pueblo”, con todas las virtudes imaginables y, en última instancia, con los nacionalistas y el poder (plenamente identificados entre sí), y luego lo antepone a cualquier consideración que ponga en peligro el entramado de poder nacionalista. Justifica la desnuda corrupción que aqueja la política catalana, y la cubre con un espeso manto de silencio tejido por los medios de comunicación. Expulsa de la vida pública a quienes no están dispuestos, al menos, a tolerar la discriminación, la imposición y la coacción connaturales al nacionalismo. Es una ideología que ve plenamente justificado que una caja de ahorros le perdone mil millones a un partido político, el PSC, para que, Montilla mediante, el Gobierno se disponga, servicial, a favorecer sus objetivos.
 
Por fortuna, el mundo en que vivimos no es la misérrima utopía localista de nuestros nacionalistas; es un mundo que se va abriendo e integrando, no sin dificultades, pero con la resolución de las mareas históricas. Es el de la globalización, la integración económica, la ruptura de barreras comerciales; un mundo donde las miserias nacionalistas no tienen cabida, pero sí tienen consecuencias. Además del natural proceso de relocalización, que lleva los centros de producción a lugares con menores costes, lo que vemos en la notable diferencia entre Madrid y Cataluña es que la segunda está bajo un régimen que, gracias al nacionalismo, no necesita atender las necesidades de los ciudadanos para justificarse o mantenerse en el poder, porque ese expediente ya lo cubre el mismo discurso nacionalista. Súmese a ello los costes del tribalismo nacionalista por ejemplo en la imposición de una lengua. O la corrupción. Las multinacionales, los grandes inversores, quieren que el resultado de sus decisiones no dependa de los juegos políticos internos, y que éstas no estén condicionadas por la totalitaria pretensión del gobierno local de intervenir hasta en la vida privada. El nuevo Estatuto va exactamente en esa dirección: en la sociedad y la economía de ordeno y mando, en la intervención, en el fomento del clientelismo y del juego de los mutuos favores. Un entorno que no es el más propicio para la inversión extranjera, especialmente cuando las alternativas son cada vez más y mejores, y la competencia más abierta. El nacionalismo, en un mundo globalizado, está llamado a empobrecer a los ciudadanos.

En Libre Mercado

    0
    comentarios