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Juan Carlos Girauta

Son todos ellos

Hace unos días, el bachiller Montilla reconoció que el eslogan sectario con que el PSC colocó la estrella amarilla sobre los populares catalanes tenía por objeto "tensar la situación". Lo ha logrado.

Dentro de unos días, los graves hechos del lunes se recordarán en Cataluña más o menos así: Arcadi Espada acudió al auditorio gerundense en un claro gesto de provocación hacia amplios sectores de la sociedad, causando algunos altercados que acabaron en agresiones contra personas que habían acudido a manifestar legítimamente su disconformidad con la plataforma Ciutadans de Catalunya. ¿Qué no? Que sí. No infravaloren los poderes de Matrix.

Hay que leer la prensa externa para hacerse una idea cabal de lo que está sucediendo aquí, signo de deriva totalitaria que, en una nueva manifestación del hecho diferencial catalán, viene bendecida por la sociedad civil. Antes de enloquecer, antes de interiorizar los mecanismos de alteración de la realidad con que se drogan empresarios y sindicalistas, periodistas y profesores, dejemos constancia de algunas realidades.

Todo el nacionalismo catalán, de Maragall a los Maulets, es nacionalismo. Constituye estrictamente una ideología, una visión del mundo con intenciones prescriptivas sobre la política. Como estableció Gellner, un movimiento nacionalista es siempre un movimiento separatista cuando la nación reivindicada está contenida dentro de las fronteras de un Estado más grande. El nacionalismo catalán sigue las pautas de la doctrina al pie de la letra: necesita una –y sólo una– cultura para crear una sociedad homogénea. Exige ingeniería social y, por eso mismo, nunca podrá ser liberal. Distingue entre grupos humanos de acuerdo con un parámetro básico, el carácter nacional, y convierte a la nación en el núcleo de identidad de cualquier individuo.

Toda la clase política catalana participa de tal ideología, desde los amigos de la ETA hasta el concejal leridano del PP que pide el "sí" al estatut "porque Cataluña ha sido, es y será una nación". Los nodos de articulación social extienden la enfermedad, que ya es epidemia. Hace unos días, el bachiller Montilla reconoció que el eslogan sectario con que el PSC colocó la estrella amarilla sobre los populares catalanes tenía por objeto "tensar la situación". Lo ha logrado. Lo han conseguido Maragall y Montilla, Duran y Mas, Saura, Carod y Puigcercós. Lo han conseguido el periódico de la burguesía y el boletín del extrarradio, lo han hecho millares de entidades radicales, alucinadas e interesadas que en Cataluña suplantan a la ciudadanía. Ya está aquí la violencia. Otra vez.

Los catalanes que no hemos enfermado de nacionalismo no tenemos muchas alternativas. Seguir opinando como si hubiera libertad, seguir defendiendo ideas a pesar de la invasión, el empalago y el trastorno sentimental, seguir hablando, seguir reuniéndonos a pesar de los perros rabiosos azuzados por nacionalistas de corbata, patria bancaria, tres por ciento y lo barato sale caro. Conscientes, eso sí, de que no hay policía que nos proteja, de que, llegado el caso, losMossos d’Esquadracorrerán en socorro de los agresores. Y a ver.

En España

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