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Cristina Losada

Los nombres que no son

Si la dirección del PSOE no tuviera en mente, o ya pactadas, contrapartidas inadmisibles, a buenas horas iba a suplicar la complicidad del PP.

En los lugares comunes acaban encerrándose comunes engaños. Suele decirse que España y los españoles saben mucho de terrorismo porque llevan padeciéndolo durante cuatro décadas. Sin embargo, es más correcta la proposición contraria: el terrorismo ha sobrevivido durante tanto tiempo porque no se ha sabido combatirlo. Y no en el terreno técnico y policial, sino en el político. Me dirán, y con razón, que la pervivencia de ETA en democracia, no como banda marginal, al estilo del GRAPO, sino como amenaza omnipresente y condicionadora, se explica por los refugios y los colchones de que ha disfrutado: el safe haven de Francia, en otro tiempo; la complicidad de los nacionalistas, siempre; la comprensión de la izquierda, fluctuante. Pero los errores políticos han contribuido de forma decisiva.

 

La disponibilidad de sucesivos gobiernos a negociar con la banda terrorista, sólo ha podido animar a ésta a continuar su actividad criminal. Es indiferente, para el caso, que a negociar se le llame dialogar, tomar la temperatura o, en el cursi lenguaje zapaterita, mirarles a los ojos. Todos ellos son nombres que no son, como decía en su carta a Patxi López-–uno que no es– la madre de Joseba Pagazaurtundua, Pilar Ruiz Albisu. Los terroristas entienden el verdadero significado de esos eufemismos a la perfección.

 

No hay precedentes para lo que se trae entre manos ZP. No los hay, porque nunca se había llegado tan lejos en las concesiones políticas que encierra la voladura del marco constitucional, ni en las presiones al poder judicial, ni en el cese de actuaciones policiales, ni en los lametazos cariñosos al entramado terrorista. Ni tampoco en el enmascaramiento de todo ello y en la ocultación de lo que se ha tejido en la oscuridad. Pero el hecho es que un pasado de negociaciones con ETA explica que ahora muchos ciudadanos no rechacen a priori que el gobierno decida sentarse con un grupo terrorista. Y que, a la vez, paradójicamente, no quieran saber nada de satisfacerlo con concesiones.

 

Pero ha habido otro error político de gran calado en todo esto: la idea de que bastaría unirse todos para que el terrorismo se fuera al rincón del que no habría de salir jamás. El cuento de la unidad. Porque una cosa es declamar a coro condenas al terrorismo y otra querer derrotarlo. Y eso no lo han querido nunca los que desean recoger las nueces del árbol. La "unidad de los demócratas" ha creado otra ilusión. Ha sido otro nombre que no es. Pues no fue la unidad, sino la claridad, la firmeza y la decisión de no darle ni agua al enemigo, lo que puso a ETA contra las cuerdas. Hoy, embisten ZP y los suyos con la unidad, sabedores de que ese mantra tiene su público. Es cierto, quieren la unidad sinceramente. Pero la unidad para que todos juntos, de la mano, y en alegre compañía, vayan por la senda del desistimiento y de la cesión. Si la dirección del PSOE no tuviera en mente, o ya pactadas, contrapartidas inadmisibles, a buenas horas iba a suplicar la complicidad del PP.

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