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Alberto Recarte

Causas económicas

Ese triunfo de la globalización ha provocado, sin embargo, paradójicamente, la crisis de la entidad supranacional en que se estaba transformando la Unión Europea

Este es el primero de una serie de dos artículos en los que Alberto Recarte analiza la entidad política y económica de Europa, veinte años después de la aprobación del Acta Única. Los epígrafes que se abordarán son seis:
 
I) Introducción. El Mercado Común y el Acta Única.
II) La influencia europea en el éxito de la globalización.
III) Las resistencias internas a la liberalización.
IV) Las contradicciones en el seno de la Unión Europea.
V) Las políticas comunes espurias de la Unión.
VI) Conclusión. La implosión nacional
 
Reproducimos a continuación los tres primeros.
 
I) Introducción. El Mercado Común y el Acta Única
 
Europa es una realidad geográfica, pero como entidad política está desapareciendo, cuando parecía que había triunfado tras la aprobación del Acta Única de 1986.
 
El Mercado Común de 1958, tal y como se define en el Tratado de Roma, era una institución política.  Su objetivo era impedir otra guerra por posibles desavenencias políticas y económicas entre los países del centro de Europa. Los grandes políticos europeos de la postguerra coincidieron en que la mejor forma de evitar la repetición de conflictos entre naciones era el respeto a la libertad individual, lo que requería sistemas políticos democráticos, con estricta separación de poderes y una política comercial interior defensora de la libre competencia. Sólo así podría lucharse contra los fantasmas del nacionalismo y el proteccionismo.
 
La democracia y el libre comercio, con el apoyo y la colaboración de los Estados Unidos, levantaron la destruida Europa occidental. La prosperidad llegó a todos, para desesperación del bloque comunista y ante la incredulidad de los políticos socialdemócratas. El Mercado Común se convirtió en una realidad supranacional a la que todos querían unirse en Europa.
 
En 1986 se aprueba el Acta Única europea. Se reconoce que para terminar definitivamente con el proteccionismo y el nacionalismo era necesario que se respetara la libertad de movimientos de personas, bienes y servicios, y capitales. Desde entonces hasta hoy, en esos veinte años, que coinciden con la integración de España en la Unión Europea, se ha intentado cumplir ese objetivo, limitando el intervencionismo público, que no es otra cosa que un instrumento del nacionalismo y de la arbitrariedad.
 
II) La influencia europea en el éxito de la globalización
 
La Unión Europea había sido, desde su creación como Mercado Común, un ejemplo para muchos países, como España, que tenía un pasado autoritario e intervencionista, o como los países del este de Europa, que ansiaban tanto la libertad como el progreso económico o como los que siguen intentado escapar a la dictadura del islamismo, como Turquía.
 
El éxito de las políticas liberalizadoras ha influido en todo el mundo. Ésas fueron las políticas que defendieron los grandes estadistas de la última parte del siglo XX: Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Juan Pablo II, en lo que se refiere al reconocimiento del mercado como forma más justa de organizar la economía de un país. Las ideas y la práctica europea convencieron a los líderes de opinión de casi todo el mundo de que la prosperidad se facilitaba con políticas liberalizadoras en lo económico y el respeto al estado de derecho. Ése fue el comienzo de la globalización. Muchos políticos de países no democráticos y de países en vías de desarrollo renunciaron a parte de su poder político y dieron una oportunidad, casi siempre limitada, a la libertad individual. El milagro del crecimiento europeo de los sesenta se ha reproducido, ahora, a nivel mundial, con el triunfo de la globalización.
 
Ese triunfo de la globalización ha provocado, sin embargo, paradójicamente, la crisis de la entidad supranacional en que se estaba transformando la Unión Europea. Y ello, porque la mayoría de los políticos europeos, enfrentados a las tensiones económicas, sociales y políticas que provoca, a nivel nacional de países miembros, esa globalización, emprendieron una huída hacia adelante en su forma de concebir la Unión Europea.  Se multiplicaron los proyectos denominados europeístas, en detrimento de las competencias de los estados nacionales miembros. Con grandes dificultades se aprobó el Tratado de Maastricht, que creó el Banco Central Europeo y el euro –aunque limitado a un grupo de 12 países tras la integración de Grecia- y se intentó hacer aprobar una Constitución europea que no respetaba las realidades nacionales.
 
III) Las resistencias internas a la liberalización
 
Los políticos europeos se encuentran con que sus votantes nacionales no les siguen ni les  comprenden. Aceptan, con dificultades, la globalización, pero no soportan, en algunos casos, las tensiones que se producen en los sectores más expuestos a la competencia internacional, ni las políticas denominadas comunes, que se extienden a campos de exclusiva competencia de los países miembros.
 
En estos veinte años, entre 1986 y 2006, que es cuando se profundiza la liberalización en el seno de la Unión Europea, y que encuentra cada vez más dificultades para imponerse, se produce un movimiento de rechazo a la apertura al exterior y a la aplicación de los principios de libertad económica al resto del mundo, tanto por parte de muchos votantes como por parte de partidos extremistas de derecha e izquierda.
 
En los países de la Unión Europea se enfrentan dos concepciones políticas y económicas, una populista, que es proteccionista y otra europeísta ilustrada, despótica quizá, sobre todo por parte de la clase política, que cree saber que lo que les conviene a sus ciudadanos es la integración europea, en detrimento de los estados nación.
 
Esas políticas europeístas, invasoras de competencias nacionales, se imponen, pero se aprueban, en la mayoría de los casos, sin mandato popular ni legitimación suficiente. Es evidente que los políticos elegidos para gobernar la Unión Europea, a 15 o a 25, sí tenían, y tienen, un mandato popular para defender la democracia y la libertad de movimientos de personas, bienes, servicios y capitales; pero no tienen legitimidad, en mi opinión, para desarrollar una política exterior común, ni una política de defensa común, ni una política fiscal de armonización impositiva, ni una política laboral urbanística, medioambiental, de consumo, sanitaria o educativa común.

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