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EDITORIAL

Antisemitismo socialista en las calles

Ahora, el partido socialista en el Gobierno se dedica a fotografiarse con la kefia al cuello y a montar manifestaciones en las que dar rienda suelta al odio brutal y antisemita de la izquierda más radical y extrema. Todo sea por los votos de IU.

Bernard Lewis, posiblemente el historiador del Islam más prestigioso de nuestro tiempo, asegura que el antisemitismo no es sólo un prejuicio contra los judíos. Otros muchos grupos humanos han sido odiados y perseguidos a lo largo de la historia. Sin embargo, en el antisemitismo se añaden dos características especiales. La primera característica es esa suerte de atribución de una maldad universal a todos los judíos. La segunda es el doble rasero con que se juzga a los judíos, que siempre son juzgados más severamente por acciones equivalentes o, incluso, mucho más leves. Por ejemplo, mucha gente recuerda la matanza de 800 palestinos en 1982 en Sabra y Chatila, por la única razón de que se le pudo echar la culpa a los militares israelíes no por haberla llevado a cabo sino por no haberla impedido. En cambio, unos meses antes, el régimen baasista sirio asesinó a decenas de miles de personas en la ciudad de Hama. Nadie recuerda ya aquella matanza, porque no se podía relacionar a los judíos con ella.

Ambas características pueden observarse en muchas de las reacciones ante la reciente crisis en Oriente Medio. El único estado de derecho, la única nación democrática de la zona, equiparable en respeto a los derechos humanos y a las libertades a cualquier país occidental, ve como sus intentos de defenderse son equiparados burdamente con las acciones de dos grupos terroristas. Y es que Israel sólo es bueno en la medida en que permita que se "eche a los judíos al mar", vieja aspiración árabe que mantienen como objetivo último de sus actividades criminales Hezbolá y Hamas. Si Israel ocupa los territorios desde los cuales se le ataca, sea con misiles o con terroristas suicidas, es malo. Pero si se marcha de esos territorios para permitir que quienes en ellos habitan puedan crear una sociedad pacífica en ellos, y se emplea esa retirada para seguir atacando a Israel, es aún peor.

Israel se retiró del Líbano a cambio de que fuera el gobierno de este país quien se encargara de hacer desaparecer a Hezbolá. Cinco años después, no lo ha hecho y Hezbolá ha actuado a las órdenes de sus amos iraníes y sirios. Israel comenzó su plan de desconexión de los territorios palestinos en Gaza, y desde ahí es desde donde Hamas lanza sus misiles y secuestra a ciudadanos israelíes. Los actos de guerra que estos grupos terroristas han protagonizado contra Israel –uno como gobierno palestino y otro como parte integrante del libanés– han sido contestados por este país con operaciones militares. Hacer otra cosa sería premiar los actos de estos grupos e incitarles a que hagan más. Y los gobernantes israelíes, como los nuestros, tienen la obligación de defender a sus ciudadanos.

"Nazis, yanquis o judíos, no más pueblos elegidos", rezaba una de las pancartas de esas manifestaciones "por la paz" organizadas por el PSOE que, según decían, no eran contra Israel.  "Israel sí quiere la paz, quien vota a Hezbolá y Hamas no la quiere", decía otra. La primera pasó desapercibida entre muchas otras de similar cariz. El portador de la segunda tuvo que pedir protección a la policía entre insultos de "nazi" y, claro, "judío". Lejos queda ya el recuerdo de un Felipe González que estableció relaciones diplomáticas con Israel. Ahora, el partido socialista en el Gobierno se dedica a fotografiarse con la kefia al cuello y a montar manifestaciones en las que dar rienda suelta al odio brutal y antisemita de la izquierda más radical y extrema. Todo sea por los votos de IU.

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