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EDITORIAL

El matrimonio de conveniencia de Gallardón

El PSOE ha conseguido convertir a los muertos de la Guerra Civil en el próximo proceso al PP. Lo que no contaban es con el regalo de irse de vacaciones dejando al PP enredado en el estigma de un partido con doble moral, gracias a la puñalada del alcalde

La ceremonia oficiada este sábado por el alcalde de Madrid, al casar a dos hombres en la Real Casa de la Panadería, entre aleluyas de gospel y versos de amour fou de Gibran, no tiene nada de excepcional. La provocación, la deslealtad y la ambición sin escrúpulos son actitudes habituales en Alberto Ruiz-Gallardón, probablemente, el político con mayor rechazo entre la base social del PP y, con toda seguridad, el más aplaudido por los adversarios, aunque nunca le voten.  Su cainismo intermitente lo ha convertido en una de las mejores bazas con las que cuentan hoy el PSOE y su poderoso mentor en la industria de la propaganda, en su estrategia de bloqueo del PP. Su desafío a la posición de su partido sobre el matrimonio, sin duda incómoda y necesitada de claridad moral y de enormes dosis de inteligencia pedagógica para repeler la trampa saducea de la falsa libertad en la que el Gobierno más liberticida pretende encerrar a la Oposición, ha resultado un servicio oportuno y eficaz a los tramposos.
 
El PSOE ha conseguido convertir a los muertos de un bando de la Guerra Civil en el próximo proceso al PP. Lo que no contaban los estrategas socialistas es con el regalo de irse de vacaciones dejando al PP enredado en el estigma de un partido con doble moral, gracias a la puñalada trapera de Ruiz-Gallardón.
 
La familia no es un problema para el PP, sino para la izquierda autoritaria hoy representada por el PSOE y por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Pero el hecho, o el infortunio para la mayoría de los españoles, es que la comunicación del único partido de la Oposición no ha sabido o no se ha atrevido a plantearlo así.
 
A más familia, menos poder para los gobiernos. Cuanto más fuerte sea la familia, más lo serán las personas que las componen y, por lo tanto, más difícil lo tendrán gobiernos como el de Zapatero para intervenir en sus vidas, redistribuir sus recursos y dirigir sus ideas.
 
El PP hizo lo que se espera de un partido liberal, al defender el emparejamiento libre de personas –como, de hecho, viene haciendo este partido, desde la equiparación plena de derechos y obligaciones impulsada por el Gobierno Aznar–, pero también hace lo correcto al defender el derecho del matrimonio a su identidad, sin la cual no habrá ni personas ni parejas libres.
 
Lo progresista y legal es defender el legado del matrimonio, mientras que lo reaccionario e inconstitucional es destruir su significado y borrar sus límites para que hoy sea ésto y mañana pueda ser aquello otro, y así hasta que ya no sea nada y el Estado, o cualquier otra forma de poder, tengan vía libre para someter a las personas, desprovistas de toda intimidad.
 
La inmensa mayoría del electorado del PP acepta con naturalidad las uniones de personas del mismo sexo, pero no comparte –también con la misma naturalidad– que se llame matrimonio y se regule como matrimonio lo que no lo es, ni humana ni etimológica ni legalmente. Una notoria representación de esa mayoría se manifestó en el verano de 2005, precisamente, contra la Ley reguladora del matrimonio entre personas del mismo sexo. No está dispuesta a justificarse por ello ni a rendir cuentas ante los tribunales de pureza progresista del PSOE. Si sintiese esa necesidad, probablemente votaría al PSOE. Pero si lo hace por el PP, es justamente para que sus valores sean representados con persuasión en la sociedad, no para dejarse traicionar con jactancia y cursilería por políticos abyectos, oportunistas y desleales.

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