Menú
Thomas Sowell

¿Un servicio militar obligatorio?

Los jóvenes norteamericanos patriotas y con formación que quieren servir en el ejército están ahí. Lo que necesitamos es que la universidad deje de sabotear nuestra defensa nacional impidiéndoles el alistamiento.

Hubo un tiempo en el que la mayor parte de los miembros del Congreso había servido en el ejército, al igual que muchos periodistas. Hoy ya no es el caso y ese hecho se manifiesta de muchas maneras.

La ignorancia debería al menos crear cautela, pero parece que sucede justamente lo contrario. Personas con poco conocimiento sobre el ejército y sin experiencia personal en el mismo tiene a menudo las expectativas más recalcitrantes e irreales que hacerle, e incluso hacen exigencias a quienes se juegan la vida en batalla.

El ejército ha sido criticado por todo, desde no proteger un museo iraquí mientras se les disparaba hasta no ser tan agradable con los terroristas encarcelados en Guantánamo como le hubiera gustado a quienes se mantienen seguros y cómodos en sus redacciones.

Lo que es más peligroso, los reporteros de televisión que retransmiten desde el lugar donde están cayendo los proyectiles se dedican a contar en antena cosas tales como que “los proyectiles están siendo lanzados a unas cinco millas al norte de aquí”. ¿Se les pasará por la cabeza alguna vez que sus comentarios emitidos en cadenas que pueden verse en todo el mundo pueden llegar a aquellos que están disparando, que pueden ajustar su alcance en consecuencia y matar con mayor eficacia?

En el frente nacional, la vida sigue como si no hubiera guerra. Los bienes de consumo son tan abundantes como siempre y no se exige a la población civil ningún sacrificio real, que es espectadora más que participante aunque fuera tangencialmente. Nada de esto es sano.

Algunos han sugerido un servicio militar obligatorio como modo de que la gente empiece a mirar lo relacionado con la guerra con cierto realismo, además de que, así, se compartirían las cargas de la misma más amplia y equitativamente. Los socialistas juegan las bazas de la lucha de clases y el racismo para afirmar que las élites están enviando a los hijos de otros a la batalla mientras su propia descendencia está protegida del sacrificio. Pero la cuestión prevaleciente es: ¿qué efecto tendría instituir un servicio militar obligatorio?

Esa pregunta no pueden responderse como si estuviéramos hablando de enrolar a un pueblo abstracto en un ejército abstracto. Un servicio militar hoy tendría consecuencias muy distintas al de la Segunda Guerra Mundial. Por aquel entonces, el ejército enrolaba a jóvenes que eran, en gran medida, americanos patriotas, gente que sentía que tenía el deber de proteger este país de sus enemigos.

Hoy, un servicio obligatorio traería enormes cifras de gente a la que se le ha “educado” sistemáticamente para creer lo peor de este país o, en el mejor de los casos, a no emitir juicios de valor que expresen sus preferencias entre la sociedad norteamericana y sus enemigos.

El hecho de que sería útil un ejército con mayor número del tipo de personas que ya se han presentado voluntarias para poner sus vidas en juego no significa que podamos obtenerlo añadiendo carne de cañón procedente de nuestras escuelas y facultades políticamente correctas, donde los valores y la autodisciplina brillan por su ausencia. Simplemente el esfuerzo de acostumbrar a esa gente a la idea del deber y la disciplina podría suponer una importante sangría para el ejército, por no mencionar la plaga de demandas de grupos como la Unión Americana de Libertades Civiles si a los niñitos no se les tratara con guantes de seda.

Y lo que es aún más importante; hay tantas instituciones norteamericanas, desde el Congreso a los tribunales, que han degenerado en la autoindulgencia irresponsable que el ejército es una de las pocas que quedan con sentido de propósito, por el cual está dispuesto a hacer sacrificios. No nos atrevamos a destruir esa institución, o a minar su moral, metiendo en ella a personas completamente distintas de las que necesita; sería como introducir arena en los engranajes de un motor.

Esto no significa que no haya civiles que serían valiosas aportaciones al ejército. Tales personas no necesitan ser obligadas a ingresar en él. Nuestros centros universitarios están impidiendo que esa gente se aliste no permitiendo desde el principio programas de reclutamiento o reclutadores militares en los campus.

Los académicos anti-militares creen tener derecho a pasar por encima de los derechos de sus estudiantes a alcanzar sus propias conclusiones y tomar sus propias decisiones, y hasta impedir que escuchen un punto de vista distinto acerca del ejército.

Los jóvenes norteamericanos patriotas y con formación que quieren servir en el ejército están ahí. Lo que necesitamos es que la universidad deje de sabotear nuestra defensa nacional impidiéndoles el alistamiento e incluso que puedan escuchar lo que tienen que decir los representantes del ejército.

En Internacional

    0
    comentarios