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Porfirio Cristaldo Ayala

La política económica

Las economías de mercado del mundo prosperan porque los gobiernos no tratan de dirigir la producción, ni hacer inversiones, ni marcar rumbos económicos. La gente se encarga de producir y planificar libremente.

En América Latina, periódicamente los empresarios exigen a sus gobiernos definir el "rumbo económico" o critican la "falta de una política económica". El rumbo económico de buena parte del continente, sin embargo, está bastante definido: populismo, atraso, desocupación, violencia, inseguridad, estatización de empresas y recursos naturales, explosión de reclamos sociales y pobreza endémica.

Los gobiernos populistas de Venezuela, Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay tienen su política económica bien trazada y la aplican con total transparencia. Mantienen una mínima disciplina fiscal y monetaria y han incrementado los impuestos que soporta la gente para cumplir con los compromisos de la deuda externa, como les exige el FMI. El largo estancamiento y la pobreza se intentan superar mediante la ayuda externa, la nacionalización de recursos naturales, la inversión en obras públicas y la asistencia social. Estas son las viejas políticas de planificación estatista, característica de los años 60 del siglo pasado. La diferencia está en el populismo que hoy se fomenta, desde la reforma agraria socialista que socava los derechos de propiedad y ahuyenta las inversiones, hasta el desprecio a empresarios y el rechazo al libre comercio.

El nuevo y agresivo populismo de izquierda se apoya en las prebendas y clientelismo de cientos de miles de funcionarios públicos, contratistas, proveedores del Estado y otros grupos cercanos al poder que se oponen tenazmente al cambio y la modernización, la supresión de la informalidad y la reforma de los corrompidos y obsoletos monopolios estatales, como PVDSA en Venezuela e YPFB en Bolivia. Y mientras el clientelismo continúa concediendo votos a los políticos, se frena el crecimiento con la deficiencia de servicios públicos al igual que la falta de puertos, aeropuertos y rutas modernas.

Las políticas económicas de los gobiernos son muy claras: dar marcha atrás en las reformas, la apertura, liberalización económica y las privatizaciones realizadas en los años 90. Por razones ideológicas y del clientelismo político, los gobiernos se niegan a reformar las rígidas legislaciones laborales para favorecer la creación de empleos para los jóvenes, sanear el sistema bancario, eliminar los subsidios y el proteccionismo, abrir los mercados a la competencia y la inversión privada. No les interesa la inversión privada, pues confían que la explotación de sus recursos naturales, la ayuda externa y créditos del BID y Banco Mundial impulsarán las obras públicas y creación de empleos.

Y los empresarios a menudo respaldan estas absurdas y perniciosas políticas con su silencio. Pero, si desean realmente sacar a sus países del estancamiento, en lugar de reclamar más políticas intervencionistas deben exigir la rápida liberalización de la economía. No obstante, lo que comúnmente pretenden los empresarios cuando reclaman nuevas "políticas económicas" es conseguir más créditos subsidiados, protección arancelaria contra importaciones baratas, franquicias y privilegios sectoriales, políticas que conducen directamente al estatismo empobrecedor hoy predominante en América Latina.

Las economías de mercado del mundo prosperan porque los gobiernos no tratan de dirigir la producción, ni hacer inversiones, ni marcar rumbos económicos. La gente se encarga de producir y planificar libremente. Para impulsar el crecimiento lo único que deben hacer los gobiernos es dejar de intervenir los mercados y de ponerle trabas al comercio, no defender monopolios políticos, sindicales ni empresariales, como tampoco favorecer a grupos privilegiados.

El futuro del continente no está en la agricultura ni en la industria, sino en la liberalización de la economía y la rigurosa protección de la propiedad. Pero, en tanto los países no cuenten con un poder judicial independiente y capaz, un gobierno limitado, limpio y austero, una economía libre, un comercio exterior abierto al mundo y un aparato estatal moderno, sin burocracias, monopolios y coimas, no existe política económica que pueda sacarnos del atraso, corrupción y miseria.

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