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Pío Moa

Una sugerencia al PP

El gobierno sabe que hundiendo la imagen de Aznar rompe la credibilidad de las propuestas de la oposición. El PP ignora este hecho elemental.

En el PP, como en todos los partidos, existen diversas "sensibilidades", por emplear el idioma politiqués. Esa variedad de sensibilidades puede actuar como una suma de fuerzas o como un instrumento de división y parálisis, dependiendo de muchas cosas. Lo indudable es que el PP dista de estar fuerte, a pesar de los desmanes del gobierno. Su oposición al supuesto "bobo solemne" deja una impresión de flojera, incoherencia y desorden cada vez más acentuados; y no solo en las sensibilidades propensas a adaptarse a la situación impuesta por el PSOE, sino en las que aspiran o dicen aspirar a invertirla y volver a la Constitución y la democracia.

Creo que las actuaciones del PP tienen dos defectos básicos, además de su inconsecuencia. Carecen de iniciativa, como los bárbaros que, en palabras de Demóstenes, intentaban boxear llevando sus manos una y otra vez a los lugares donde recibían golpes. El segundo defecto, causa de los demás, es que el PP no ofrece una alternativa positiva que le sirva de plataforma y dé coherencia y sentido a sus críticas al gobierno. Un gobierno, recuérdese, aliado con la ETA y los separatistas, y empeñado en arrasar la convivencia conseguida en la Transición.

¿A qué obedece esta carencia? En mi opinión, a lo que pudiéramos llamar el síndrome de la pitonisa. Rajoy y los suyos andan obsesionados por "mirar al futuro", por "mirar hacia delante", cual nuevos revolucionarios desdeñosos del ayer y dispuestos a crear de la nada. Para ellos, parece ser, el pasado no existe, o no tiene consecuencias. Y no me refiero a la guerra civil o el franquismo, cuyo recuerdo provoca convulsiones nerviosas en este partido de valientes, sino al pasado inmediato, a la etapa de Aznar. Como ustedes recordarán, la campaña electoral de 2004 consistió en una competición de promesas para el futuro, perfectamente gratuitas. Ello se comprende en relación con Zapatero, que debía disimular un vergonzoso, por no decir más, pasado reciente, pero no tenía sentido en Rajoy, beneficiario del enorme capital político acumulado en la gestión de Aznar. Una gestión, aun con sus numerosos errores y omisiones, realmente impresionante por comparación con la del PSOE. Ese capital hacía creíbles las promesas del PP tanto como la gestión socialista privaba de crédito a la demagogia de Zapatero. Sin embargo, Rajoy prescindió de esa crucial ventaja y, para colmo, fue incapaz de recordar a los socialistas sus fechorías, su corrupción y sus y fracasos. Salió a la arena "mirando al futuro", sin pasado, como si hasta entonces hubiera estado en una oposición que más valiera no recordar. Hizo una campaña absolutamente falta de nervio y ambición, y ahí sigue.

Obviamente, el candidato y sus consejeros no pugnaban por ganar nuevos votos y hacer retroceder decisivamente al PSOE, un partido ya entonces muy peligroso para la estabilidad de la democracia y de España, por su extremismo y alianza con los separatistas. Su aspiración se limitaba a explotar los votos de quienes estarían de su parte en cualquier caso, por convicción, inercia o simple aversión al PSOE. Esperaban que, gracias a los logros de Aznar –apenas mencionados–, lograrían una leve mayoría absoluta o al menos la ventaja suficiente para gobernar con la corrompida Coalición Canaria. Y ni aun esto aseguraban las encuestas, por lo demás nunca muy certeras.

En estas llegó la matanza del 11-M y, con ella, el batacazo. A partir de ahí, el PP no ha recompuesto ni una estrategia, ni un lenguaje, ni una imagen positiva. Ha permitido a los socialistas crear una imagen completamente distorsionada del pasado, del PP y especialmente de Aznar, a quien odian, no sin causa. El gobierno sabe que hundiendo la imagen de Aznar rompe la credibilidad de las propuestas de la oposición. El PP ignora este hecho elemental. Para cambiar tal dinámica, bastaría que el PP dijera a los ciudadanos:

Miren ustedes, el PSOE ha elegido aliarse con los partidos más separatistas y abiertamente antiespañoles, está hundiendo la herencia de la Transición, está arrasando la Constitución y apoyando a las dictaduras más dañinas o amenazadoras para España. Con el actual gobierno, los asesinos de la ETA viven un momento de auténtico esplendor, dictando prácticamente la política y el porvenir de España y chantajeándola, cuando hace muy pocos años se encontraban acosados y al borde de la derrota. La ETA, los separatistas y el gobierno están promoviendo estatutos anticonstitucionales, que hacen retroceder la democracia en varias comunidades autónomas, crispan a la opinión pública y procuran la disgregación de España. Están impulsando una inmigración masiva, descontrolada e inasimilable, que inevitablemente creará en el futuro inmediato graves problemas añadidos, y tratan de desmoronar la familia, desde una auténtica deseducación moral en la escuela a los llamados matrimonios homosexuales.

El PP propone, en cambio, continuar y desarrollar la política de nuestra anterior etapa en el gobierno. La política que sacó a España de la crisis económica legada por el PSOE, disminuyó a la mitad el paro, creó varios millones de puestos de trabajo, saneó la Hacienda y limitó drásticamente la inflación; la política que rebajó a niveles tolerables la inmensa corrupción propia del gobierno socialista y que, aplicando la ley y sin terrorismo de estado, acorraló a la ETA reduciendo su capacidad de asesinato a cotas mínimas, que hacían previsible su próxima derrota.

En pocas palabras, el PP propone volver a los valores de la democracia y de la unidad de España, de honradez y respeto a la Constitución y a la ley, garantía de una convivencia en libertad y seguridad, que hoy día se ve peligrosamente amenazada por unos políticos irresponsables. En esta línea van nuestras iniciativas y críticas.

Las palabras pueden cambiar, desde luego, pero básicamente este podría ser el mensaje reiterado sin descanso y de diversas maneras. La plataforma que permitiera a la derecha ganar la iniciativa y recobrar la confianza, cada día más resquebrajada, de sus propios votantes.

En España

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