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José María Marco

Otra vez: vivan las cadenas

También entonces los progresistas criticaban a Reagan, a Thatcher... y Juan Pablo II. Hasta que los alemanes echaron abajo el Muro de Berlín y la Unión Soviética se hundió.

Los progresistas y los líderes políticos y de opinión europeos, que parecen casi todos cortados por el mismo patrón de cobardía e inconsciencia, hablan sin tregua de diálogos y convivencia. Los campeones de esta actitud son nuestros gobernantes socialistas. Se atreven a todo, incluso a enmendarle la plana a Benedicto XVI en un asunto que no les debía concernir, según sus convicciones laicistas, como es el diálogo entre religiones.

Ahora sugieren que el Papa ha desencadenado la ola de violencia con su lección en Ratisbona, que merece ser leída íntegra. El argumento que utilizan Moratinos, Zapatero y amigos progresistas consiste en afirmar que una posición beligerante, o aunque sólo sea crítica, ante el islamismo radicalizará al conjunto de los musulmanes, llevándoles a caer en la trampa que les tiende el islamismo. La susceptibilidad estaría tan a flor de piel, que más vale el silencio que intentar aclarar las cosas antes de empezar cualquier diálogo.

Es al revés. Dejando aparte la discusión acerca de la verdadera naturaleza del islam y la posibilidad de que la doctrina musulmana evolucione hasta el respeto de los derechos humanos, es evidente que hay decenas y probablemente centenares de millones de musulmanes en todo el mundo que no pueden estar de acuerdo con la violencia ejercida en nombre de su religión.

Ahora bien, esas personas están sometidas a la represión y al miedo: por parte de gobiernos dictatoriales y podridos, y por parte de grupos terroristas, como Hamás y Hezbolá. Si los líderes y los gobiernos de los países democráticos insisten en el diálogo con los terroristas y los dictadores, como está haciendo el gobierno español, conseguirán aumentar su poder. Los millones de musulmanes que podrían empezar a alejarse, a manifestarse públicamente, a perder el miedo y al final a rebelarse contra la tiranía que se les quiere imponer en nombre del islam, podrían empezar a hablar libremente, como ha ocurrido en Irak y como los terroristas quieren impedir a toda costa que siga ocurriendo en ese mismo país por medio de una violencia bestial a la que los progresistas nunca prestan la menor atención, como no sea para responsabilizar de ella a Estados Unidos.

Así ocurrió, por cierto con los movimientos de disidentes en los países comunistas. También entonces los progresistas criticaban a Reagan, a Thatcher... y Juan Pablo II. Hasta que los alemanes echaron abajo el Muro de Berlín y la Unión Soviética se hundió.

La posición del diálogo a toda costa, como se viene practicando con el terrorismo nacionalista en España, no ayudará a encontrar una solución consensuada y una convivencia pacífica. Al contrario, dará argumentos al terror, reforzará la posición de los criminales y de quienes los apoyan, y convencerá a la gente, la gente común y corriente, que si quieren seguir viviendo, aunque sea mal, no les queda más remedio que aceptar la brutalidad y la barbarie institucionalizada. A eso están contribuyendo Rodríguez Zapatero y sus amigos.

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