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EDITORIAL

Garzón sin máscara

La maniobra de Garzón para enturbiar el caso de las falsificaciones es totalmente insostenible, pero sirve a la perfección como cortina de humo para disolver en ruido el escándalo de la última semana y ganar tiempo

Todas las dudas que hubiéramos podido tener acerca de la imparcialidad del juez Baltasar Garzón en lo relativo al 11-M, quedaron ayer resueltas con la imputación de los tres peritos de la Policía que elaboraron el informe posteriormente manipulado por un superior. El delirante Auto que el juez estrella del PSOE presentó ayer es un monumento al descaro y la constatación definitiva de que Garzón, lejos de permanecer neutral y a la expectativa, se está mojando más de la cuenta y ya se ha decantado sin ambages por uno de los bandos.

Por un lado, el juez de la Audiencia Nacional no es competente en delitos como la falsedad documental. Y no lo es porque el caso de los informes falsificados se está tramitando en los juzgados de primera instancia de Madrid y no en su Audiencia. Por otro, y esto es lo más sangrante de todo, imputa a dos probos funcionarios que, advertidos de un fraude documental perpetrado por su jefe, Francisco Ramírez, denunciaron la manipulación del informe científico elaborado y firmado por ellos hace más de un año.

La desfachatez y sinvergonzonería de Garzón alcanza su paroxismo cuando acusa a los peritos encargados de realizar el informe de haber incurrido en el presunto delito de Ramírez, es decir, en el de falsificar el documento policial. Lo hace, además, sin sostén, porque no puede demostrar que los agentes modificasen en modo alguno el contenido del informe. Privado de esto, toma por falsificación la simple y llana reimpresión de un documento almacenado en el ordenador de los peritos y su posterior firma.

La única evidencia sobre la que se apoya el Auto es que los tres imputados estamparon su firma tras imprimir de nuevo el informe, esto es, que la fecha del informe, 21 de marzo de 2005, y la de la firma, julio de este año, son diferentes. Al margen de esto, perfectamente explicable en tanto en cuanto nadie guarda los textos firmados en el disco duro, el informe impreso en julio es igual al original y no ha sufrido alteración alguna.

La maniobra de Garzón para enturbiar el caso de las falsificaciones es totalmente insostenible, pero sirve a la perfección como cortina de humo para disolver en ruido el escándalo de la última semana y ganar tiempo. En esto, como en casi todo lo que se pergeña en las zahúrdas socialistas, no se han escatimado medios y se ha aplicado la fuerza exacta para anular el severo golpe recibido por los partidarios de la “versión oficial” tras la filtración del informe falsificado.

Una argucia más a añadir en la cuenta de los que no quieren que se sepa nada de lo que pasó antes, durante y después de la masacre de marzo. Un farol demasiado a la vista que nos demuestra el grado de desesperación de los que no saben ya como parar una marea, que amenaza con sepultar los cuatro lugares comunes que nos vienen sirviendo desde hace más de dos años. Esta vez han tenido que recurrir al mismísimo Garzón que, ya sin máscara, puede contribuir mejor que nunca al esclarecimiento de la verdad.

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