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Los límites de la emigración

En la medida en que los emigrantes estén dispuestos a trabajar en peores condiciones, el paro afectará a los españoles originarios y las tensiones xenófobas crecerán.

Se ha repetido otra vez el asalto a las vallas que defienden la integridad de nuestras dos ciudades Ceuta y Melilla. No será, por desgracia, el último intento de atravesar ilegalmente nuestras fronteras. La atracción por nuestra riqueza y forma de vida, unida a la laxitud con la que el gobierno aborda el problema de la emigración ilegal, hace de España un auténtico imán para cientos de miles de personas. No es baladí que en los últimos diez años España haya dejado de ser una nación que no conocía apenas el fenómeno migratorio para pasar a situarse entre sus primeros destinos. Y que se haya pasado de que menos del 1% de la población fuera emigrante a que ésta supere el 12%. El año pasado más de medio millón de extranjeros llegaron a España para quedarse. Para muchos esto es prueba de la fortaleza y dinámica positiva de la economía española, pues si vienen aquí es porque encuentran trabajo. Aunque no se quiera ver que si viene aquí es porque les es mucho más fácil que en otros vecinos nuestros obtener todo lo que quieren. No es sólo cuestión de economía, sino también, y mucho, de la política con la que se les trate.

Pero la verdad es que ninguna nación puede aguantar un aumento de población extranjera anual del 10% por mucho tiempo. No sólo su identidad, sino sus estructuras tenderán al colapso. Y, de hecho, en el pueblo español se está instalando el pensamiento de que todo tiene un límite y que España ya no puede absorber a más extranjeros.

Desde la izquierda la emigración se aborda de una manera irresponsable. Producto de una mentalidad de culpa que ve en nuestra riqueza la pobreza del resto del mundo, se está dispuesto a abrir de par en par las puertas nacionales. Que vengan cuantos quieran. Desde la derecha y su mentalidad mercantilista el fenómeno se ve con benevolencia. Si producen y contribuyen a generar riqueza, bienvenidos sean. Pero la mentalidad benevolente se equivoca peligrosamente. Se basa en dos ideas que son insostenibles a largo plazo. La primera, que la economía va a seguir creciendo sostenidamente de tal manera que absorba a toda la mano de obra que llega de fuera, legal o ilegal; la segunda, que el grueso de la emigración seguirá viniendo de países iberoamericanos, menos conflictivos a la hora de integrarse entre los españoles.

Sin embargo, a falta de más reformas, el mercado tenderá a encogerse producto de una desaceleración económica y, con toda lógica, el paro volverá a crecer para los españoles. En la medida en que los emigrantes estén dispuestos a trabajar en peores condiciones, el paro afectará a los españoles originarios y las tensiones xenófobas crecerán. Y si afecta por igual a unos y a otros, la emigración nos pasará factura con su amplia carga social. Igualmente, nada puede hacernos suponer que la población magrebí y subsahariana no va a sobrepasar a los emigrantes centro y sudamericanos a medio plazo. Es una cuestión puramente matemática. Y con ellos vendrán todos los problemas sociales asociados a personas de culturas, religiones y prácticas radicalmente distintas y poco o nada dispuestas a dejar de ser como son en sus lugares de origen.

La emigración que hoy hay en España es un regalo de Dios comparada con la que vamos a sufrir dentro de poco. Si de verdad queremos vencer el reto de la emigración, tenemos que comenzar a prepararnos ya. De lo contrario, será demasiado tarde. Es una cuestión de números.

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