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Enrique Dans

Internet TV

En Internet, la visualización del contenido se separa de sus condicionantes de tiempo, de manera que ni CSI es los lunes, ni House los martes: cada serie se emite cuando el usuario tiene a bien darle al ratón y hacerlas salir de su disco duro.

No, no voy a dedicar esta columna a la adquisición de YouTube por parte de Google, indudablemente el tema que más pulsaciones de tecla (antes diríamos "ríos de tinta", pero los tiempos cambian) ha provocado en los últimos días. Sin embargo, sí creo que puede ser interesante tocarlo tangencialmente y utilizarlo para apoyar una pequeña reflexión con respecto a las posibles motivaciones e implicaciones que dicha operación parece indicar de cara al futuro. ¿Qué ocurre cuando la interfaz entre vídeo e Internet empieza a diluirse? ¿A qué tipo de Internet nos lleva un fenómeno de convergencia tecnológica como éste?

Antes de nada, convendría analizar la extraña "conjunción astral" que conduce a esta convergencia: por un lado, un notable desarrollo de la banda ancha, que penetra cada vez más en un progresivo número de capas de las sociedades del mundo desarrollado, abarata su precio y aumenta de manera gradual sus prestaciones. Por otro, el rápido abaratamiento, siguiendo el clásico ciclo de la tecnología, de dispositivos capaces de producir vídeo con una calidad razonable, en forma de cámaras específicamente diseñadas a tal efecto, pero también de otros objetos más cotidianos y habituales en bolsos y bolsillos, como los teléfonos. En paralelo, surge otra fuerza notable: la universalización que trae consigo el propio concepto de Internet y la desaparición de prácticamente todas las barreras geográficas salvo, en algunos casos, las idiomáticas. Haga memoria e intente recordar como, hace no demasiados años, un contenido como por ejemplo las películas y las series de televisión norteamericanas tardaban en llegar a nuestro país varios años, convirtiendo a aquellos amigos que viajaban a aquel lado del charco en una especie de embajadores culturales que informaban de cuáles eran "los últimos gritos".

Ahora, pasemos a plantearnos qué cosas cambian en un modelo como el comentado. En primer lugar, existe un efecto sumamente importante, del que muchos se están empezando a dar cuenta progresivamente: la pérdida de validez del modelo de licencias territoriales. En un mundo intrínsecamente global y sin fronteras como Internet, ¿qué sentido tiene otorgar una licencia a una empresa determinada para emitir un cierto contenido en un territorio específico? En el momento en que dicho contenido es emitido, es "liberado en el éter", pasa automáticamente a ser capturado por todo tipo de plataformas, desde vídeos digitales hasta discos duros de ordenadores, y circulado sin piedad de un usuario a otro sin que se pueda hacer nada para evitarlo. Como la historia ya ha demostrado en infinidad de ocasiones, intentar restringir la libre circulación de los bits es una tarea ilusoria y absurda, un sinsentido conceptual, de manera que los contenidos de vídeo, que antes podían ser comercializados de manera ordenada y planificada en diferentes ventanas de explotación en cada uno de los mercados, pasan a fluir por la red de manera inmisericorde. Así, en muchos hogares, la cadena de televisión que más crece no es ninguna de las que vienen a través de la llamada "caja tonta", sino otra diferente: "tele-mula" o "tele-torrent". El mismo día que, por ejemplo, un capítulo de una serie determinada es emitida por televisión en los Estados Unidos, puede ser encontrada en grabaciones perfectas, en estéreo y alta definición, en plataformas P2P de las que, dado el elevado número de "donantes" existente, es descargada a toda velocidad por los fanáticos de la serie en todo el resto del mundo. Si visualizar contenidos en el idioma original en que fueron grabados no le supone una barrera o incluso le gusta, tele-mula y tele-torrent se convertirán en muy poco tiempo en sus canales favoritos.

Pero, ¿qué ocurre al trasladar el consumo del canal televisivo a Internet? En Internet, la visualización del contenido se separa de sus condicionantes de tiempo, de manera que ni CSI es los lunes, ni House los martes: cada serie se emite cuando el usuario tiene a bien darle al ratón y hacerlas salir de su disco duro. Y por supuesto, sin publicidad.

Al retirar a ese segmento demográfico de delante de la televisión, los contenidos que la televisión emite son aquellos que resultan de interés para la franja que carece de acceso a Internet por condicionantes económicos o de desinterés, creando una separación cultural entre una televisión de una calidad objetivamente más baja cada vez, que únicamente atrae a determinados segmentos sociales y un "segmento Internet", que no sólo se desinteresa por la televisión, sino que empieza a tolerar mal la tiranía de las parrillas y las pausas publicitarias. Si un día se aleja de la televisión, cada día le cuesta más volver a ella. Un abandono al que, por supuesto, los anunciantes empiezan a no ser en absoluto ajenos.

En semejante panorama, la aparición de sitios como YouTube y la cada vez mayor proliferación de contenidos audiovisuales supone, para la industria, una esperanza de poder, como mínimo, participar en la explotación de sus contenidos, en lugar de ver como circulan al margen de su control. Pero sobre todo supone un desplazamiento hacia Internet de usuarios y anunciantes en busca de un medio de características muy superiores a las de la simple televisión. Supone, al fin y al cabo, la llegada a Internet de una amplia base de usuarios, y de una inyección económica fundamental para su desarrollo. Con la convergencia, empezamos a acercarnos a la madurez de Internet.

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