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Jorge Vilches

Política a la deriva

El caracterizar a la "clase política", en general, por su entrega absoluta, honesta y patriótica a la comunidad es una creencia tan común como el culto al dios mesopotámico Dumuzi en la provincia de Jaén.

¿Por qué el ciudadano no vota? Hay políticos que alegan que la abstención responde a una conformidad relativa o general con el sistema. Otros, más amantes del falso flagelo, lo achacan a que han cometido pequeños errores por los cuales el electorado les ha llamado la atención. Incluso hay otros que sostienen que una alta participación indica un calentamiento político excesivo, y que es preferible una abstención en torno al 40%.

Sin embargo, hay que recordar que la democracia liberal tiene tres pilares que proporcionan al ciudadano la adhesión al sistema: la conciencia de que funciona el Estado de Derecho, la certidumbre de que su participación electoral es importante y la creencia de que existe entre los cargos públicos lo que los clásicos llamaban "virtud cívica". Esto último, es decir, el caracterizar a la "clase política", en general, por su entrega absoluta, honesta y patriótica a la comunidad es una creencia tan común como el culto al dios mesopotámico Dumuzi en la provincia de Jaén.

En cuanto a lo segundo, esa idea de que el voto individual importa, ya decía el sociólogo español, liberal, Juan José Linz, que el gran problema de las democracias es la poca correspondencia entre el programa que el ciudadano vota y lo que el gobernante lleva a la práctica. El votante acaba por decidirse por el partido que menos le molesta, por el que le proporciona menos desconfianza, o por el que puede echar del poder al otro, al adversario odiado. Es decir, la práctica común de subvertir la opinión mayoritaria mostrada en las urnas a través de pactos postelectorales desvirtúa el sentido del voto con gobiernos y programas gubernamentales que nadie conocía antes de las elecciones. Ya sabemos que, desgraciadamente, no es un mandato imperativo, pero tampoco es una patente de corso para cuatro años.

La primera condición, la confianza en el Estado de Derecho, es la más importante. La justicia tiene que actuar durante las 24 horas del día, todos los días del año, y siempre en el mismo sentido: el cumplimiento de la ley dada por los representantes de la ciudadanía, de una forma igual para todos. Si no es así, no es justicia. La apuesta del gobierno Zapatero por la negociación con la banda terrorista no puede condicionar los procesos judiciales en marcha. Podemos seguir viviendo en la ficción de que el poder judicial es absolutamente independiente de los gobiernos y los partidos, pero mantener la esperanza de que la ley se cumpla. Y es un flaco favor al Estado de Derecho que las declaraciones de Otegi y Permach estén en la misma onda que las del presidente del gobierno en lo referido a la sentencia a De Juana Chaos.

Para concluir, otros dirían que esta descripción es el caldo de cultivo de la "extrema derecha", pero éste no es un país ya, afortunadamente, para esos experimentos. Pero sí es una buena oportunidad para pensar, como decía Remedios Amaya, "¡Ay! ¿Quién maneja mi barca, quién, que a la deriva me lleva?".

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