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Juan Manuel Rodríguez

El futbolista del siglo

Me parece uno de los componentes del triunvirato que, junto a Di Stéfano y Francisco Gento, convirtió al Real Madrid en lo que es hoy en día, un mito.

Ha muerto el gran Ferenc Puskas. La noticia no me ha sorprendido demasiado puesto que ayer mismo conté en La Palestra del Deporte el empeoramiento en la salud del queridísimo "cañoncito pum", líder de aquella mítica orquesta húngara que revolucionara el fútbol de la época con el novedoso 4-2-4 que, entre otras cosas, desarboló a Inglaterra en Wembley por 3 goles a 6 en lo que después bautizaría The Times como "the match of the century" ("el partido del siglo"). La noticia no me ha sorprendido, pero tampoco me ha dolido menos conocerla. Puskas era un personaje realmente entrañable, un hombre con un gran sentido del humor y que solía relatar su habilidad para jugar al fútbol de forma muy parecida a como lo haría un superhéroe de la Marvel que acaba de descubrir de repente sus poderes.
 
Con todos mis respetos hacia la interminable pléyade de grandiosos jugadores que han pasado a lo largo de la centenaria historia madridista, Puskas ("escopeta" en húngaro) me parece uno de los componentes del triunvirato que, junto a Di Stéfano y Francisco Gento, convirtió al Real Madrid en lo que es hoy en día, un mito. A finales de los años cincuenta empezó a circular por la ciudad una leyenda según la cual Alfredo di Stéfano y "cañoncito pum" cruzaban apuestas, después de los entrenamientos y con la puerta cerrada a cal y canto, con el simple objeto de dilucidar cual de los dos era capaz de lanzar un libre directo y golpear más veces con el balón en la escuadra. Los pocos privilegiados que asistieron a aquellas memorables timbas deportivas aseguran que, aunque por poco, casi siempre ganaba Puskas con el consiguiente enfado de la "saeta rubia", a quien no gustaba perder ni a las canicas.
 
Cuando Puskas llegó al Madrid llevaba mucho tiempo sin jugar, demasiado. Estaba excesivamente grueso y era propietario de lo que hoy conoceríamos vulgarmente como una "tripita cervecera", pero en cuanto pilló de nuevo el tono físico la máquina empezó a carburar otra vez. Era un goleador envidiable y un futbolista de muy mal genio, de ahí que sintonizara rápidamente con el otro gran cascarrabias del equipo, Alfredo di Stéfano. Don Alfredo cuenta en sus memorias que Puskas, que no hablaba ni una gota de español, no hacía más que repetir "¡motor, motor, motor!", que quería decir correr: "como no hablaba, protestaba mucho. Hacía ademanes con la mano que eran muy comunes en los países centroeuropeos, pero que aquí sentaban muy mal a los árbitros. Yo le dije mil veces que no hiciera ese gesto con la mano, que aquí significaba mandar a alguien a tomar por..., o a freír puñetas, pero no me hacía ni caso".
 
No creo que sea posible volver a pasar por el estadio Santiago Bernabéu sin que alguna de sus piedras reboten el eco de aquellas palabras de Ferenc Puskas... "¡Motor, motor, motor!" Su pierna izquierda dominó durante tantos años el "planeta fútbol" que hoy resultaría imposible explicarlo sin hacer referencia a él. The Times habló del "partido del siglo" cuando Hungría desarboló a Inglaterra en el estadio de Wembley; no exagero en absoluto al afirmar que esta madrugada, en una clínica de Budapest, ha muerto el futbolista del siglo XX. La enfermedad que roba la memoria se ha llevado también al hombre, y con él se ha ido el futbolista. Hace algunos años una expedición del Madrid encabezada por Di Stéfano fue a Budapest a rendirle un homenaje a Puskas. Dijeron que a Ferenc ya le costaba mucho recordar quién había sido, qué había hecho para merecer aquello, por qué tanto alboroto. El lo habrá olvidado, pero aquí estamos nosotros para recordarlo siempre. Si es cierto eso que dicen de que un hombre no muere del todo hasta que ya nadie le recuerda, Ferenc Puskas vivirá eternamente.

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