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José García Domínguez

La muiñeira de Stalin

Vaya, que Feijóo exige su nazón en el Preambuliño no por joder, como en el chiste del gallego, sino por estricta prescripción facultativa, igualito que los diabéticos que dependen de la insulina para sobrevivir.

Unamuno, que conocía el percal, solía decir que el galleguismo es como uno de esos trajes regionales que cuando van desapareciendo los visten los señoritos en Carnavales. Nadie se extrañe pues de que las hélices del ADN anden todo el día bailándole la muiñeira en la sesera al señoriño Feijóo, tal como acaba de confesar el propio paciente a La Razón. Así, barrunta el hombre que lo suyo con Breogán es cosa de la genética. O sea que su asunto no tiene cirugía conocida.

Vaya, que Feijóo exige su nazón en el Preambuliño no por joder, como en el chiste del gallego, sino por estricta prescripción facultativa, igualito que los diabéticos que dependen de la insulina para sobrevivir. Y es que este Feijóo nos ha salido el último mohicano de la moribunda raza celta. Que por algo caben en un taxi sus contados pares, los que aún se pasean con la santa compaña del ácido desoxirribonucleico galaico a cuestas. Pues no de otro modo cabría entender la indiferencia de los bárbaros que ahora mancillan aquellas tierras hacía la biología identitaria de la etnia germinal.

Porque del ADN de aquellos bravos cántabros que resistieron heroicamente a los romanos en el Monte Meludio poco se sabe. Y de dónde cae el Monte Meludio mismamente dicho, menos aún. Razón de que Don Manuel Murguía tropezara con pocos impedimentos en su "Historia de Galicia" para inventarse –con un par– que los gallegos descienden de los celtas. Sin ir más lejos, la provincia de Lugo estaba llena de montes, caviló con recto criterio aquel patriarca, y alguno de ésos debía ser; y si no, pues sería otro, que para el caso tanto daba. Hasta ahí, bien.

Pero en esto llega el referéndum del primer Estatuto, el de 1936, y va el noventa por ciento de la tropa, que se ve que ya venía de fábrica con el genoma tarado, y se me abstiene. Al punto de que Avelino Pousa, uno de aquellos cráneos con denominación de origen que pastaban en el Partido Galleguista, confiesa en sus memorias que recurrieron al "santo pucherazo" para colar la autonomía. Después, en 1980, arriba el segundo referéndum, el de la tan anhelada recuperación del autogobierno, y el setenta por cien de la afición se vuelve a quedar en casa viendo el partido por la tele. Y ahora, más de lo mismo.

Mientras, Feijóo, sin enterarse de que la única genética que avala el nacionalismo gallego es la del célebre camarada Lisenko. Se ve que el señoriño, de tan ocupado como anda entre charanga y charanga, aún no ha tenido tiempo de leer a Castelao, el padre del invento; ni "Sempre en Galiza", la biblia de esa religión: "Para saber lo que es una nación (…) apelaré a la definición que da Stalin, porque, a este respecto, es un autor libre de ofuscaciones filosóficas (…) La teoría de Stalin sobre el problema nacional concuerda, en absoluto, con los sentimientos permanentes de Galicia, traducidos en palabras que el pueblo gallego supo pronunciar por boca de los galleguistas".

Pues eso, bien. De sentido común, que diría el otro.

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