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Pío Moa

Inagotable fuente de errores

Pretenden convencernos de ideas tan peregrinas como la de que aquel Frente Popular, compuesto de totalitarios y golpistas, representaba la legalidad democrática. Con tal premisa se vuelve imposible entender nada.

Quizá nuestros marxistas, marxistoides, criptomarxistas y filomarxistas se hayan sentido injuriados con la palabra "lisenkos", pero se trata más bien de un halago. Lisenko, en definitiva, elaboró una teoría a partir del materialismo dialéctico, algo que nuestros marxistas jamás han logrado hacer. Los marxistas españoles (o antiespañoles) –reitero esta evidencia– nunca han alcanzado a elaborar nada propio, ni siquiera a analizar los hechos. Sumidos, con raras excepciones, en cuatro tópicos y consignas, no les dieron que pensar sucesos como las rebeliones de los obreros de Berlín, de Polonia o de Hungría contra sus gobiernos presuntamente obreros o populares y contra la URSS, "patria del proletariado". Nada les dijo la barrera de muros, alambradas y puestos de ametralladoras que partía Europa en dos. Ni las gigantescas hambrunas con millones de muertos (esas sí eran hambres, por comparación con las de los años 40 en España, tan deploradas por ellos) en Rusia, China y otros paraísos. La misma denuncia de algunos crímenes de Stalin por Jrúschof apenas conmovió la fe carboneril de la gran mayoría. Tampoco supieron examinar, volviendo a la historia española, hechos tan llamativos como que los obreros en la república y la guerra civil no contasen con un partido, sino con cuatro, autoproclamándose cada uno representante exclusivo del proletariado, y asesinándose entre ellos con ardor. Y así sucesivamente.

La aplicación del marxismo ha producido innumerables crímenes. Pero como comentaba en el artículo anterior, cabría considerar insuficiente el tiempo transcurrido para juzgar sobre un experimento históricamente nuevo. Esta argucia desesperada no se sostiene ante las muchas décadas de empeño en el experimento, con la repetición de los crímenes y errores, una y otra vez. Solo valdría si viniera junto con un análisis de esos errores y crímenes, y propuestas realistas de superación de ellos sin abandonar la doctrina, algo finalmente imposible y que en todo caso apenas se ha dado en España. Por el contrario, quienes lo hemos intentado, abandonando por fin el marxismo tras larga reflexión y no por repentina conversión damascena, hemos recibido mil invectivas, y menos mal si la subsistente democracia española ha impedido a los lisenkos pasar de ahí, por ahora.

Cualquier análisis debe plantearse si no habrá en la doctrina algo que produzca por fuerza tales resultados. Pues bien, este es justamente el caso: no se trata de una teoría buena, pero mal aplicada, sino falsa de raíz y abocada, por ello, al error sistemático.

El marxismo se presenta como una teoría que explica el desarrollo histórico humano a partir de la economía. Ahora bien, su concepción de la economía difiere de la común. En el marxismo, economía y lucha de clases vienen a ser sinónimos: los hombres viven inmersos en sociedades de clases, basadas en el interés por controlar la producción y distribución de la riqueza. A partir de esos intereses surgen formas de pensar y ver la vida, las ideologías, desde la religiosa a la política; y también los aparatos destinados a asegurar el poder de unos pocos y la sumisión de la mayoría. Tal habría sido el sino de la humanidad hasta la aparición del capitalismo, cuyo fantástico desarrollo de las fuerzas productivas hace posible el paso a una sociedad de abundancia generalizada, siendo el obstáculo la propiedad privada de los medios de producción. La tarea revolucionaria consistiría en derrocar a la clase dominante capitalista y expropiarla para abrir paso a una sociedad emancipada material, moral e intelectualmente, de las taras del pasado. Estas especulaciones, aunque sugestivas, no rebasan las de cualquier otro utopismo, detestadas por el propio Marx. La diferencia de su doctrina, su carácter científico en principio, consiste en su análisis de la explotación burguesa y sus "contradicciones internas" que deben conducirle de crisis en crisis al derrumbe final bajo los golpes del proletariado.

La mejor teoría de Marx para explicar el destino ineluctable del capitalismo fue la del descenso tendencial de la tasa de ganancia. Básicamente se trata de la contradicción entre la avidez del capitalista por la masa de ganancia (que le lleva a emplear gran cantidad de "capital constante": maquinaria, materias primas, etc.) y el supuesto hecho de que la ganancia no nace de ese capital, sino del que llama capital variable, es decir, de la plusvalía extraída a los obreros, la cual tiende a descender debido al menor empleo proporcional de éstos: aumenta la masa de ganancia y decae su tasa. Esa idea explicaría los ciclos, la tendencia al monopolio, las crisis y otros fenómenos típicos. Le he dedicado un ensayo y no puedo reproducirlo aquí, pero baste consignar que contradice la tesis básica de Marx sobre el origen de la ganancia, pues implica necesariamente que el capital constante produce también plusvalía. Se trata de una incoherencia clave, que afecta a la raíz misma de la construcción marxiana y remite a su vez al problema de la plusvalía y del valor.

Se ha generalizado el uso del término "capitalismo", consagrado, aunque no inventado, por Marx, pero la palabra puede significar cosas muy distintas según quien la emplee. Para los marxistas define a la sociedad basada en la explotación del proletariado mediante la plusvalía. La teoría de la plusvalía es, como observó Lenin, la piedra angular del marxismo, y la que le ha dado esa apariencia científica (socialismo científico) superadora de las arbitrarias especulaciones utópicas. A ella debe la doctrina gran parte de su prestigio e influencia. La plusvalía es el valor extraído por el capitalista al trabajo del obrero por encima del salario que le paga.

La idea se basa en el supuesto de que el valor de las mercancías consiste en la cantidad de trabajo humano contenido en ellas. Parece una buena idea, pues provee de una unidad en principio objetiva para medir la riqueza de una sociedad, por encima de las continuas alteraciones de precios propias del sistema. Y la medida es esencial en la ciencia. ¿Cómo se mide, a su vez, el trabajo, esencia del valor? En tiempo. La plusvalía consiste en el tiempo que el obrero continúa trabajando para el patrón una vez ha cubierto las horas equivalentes al valor de su salario Saltan a la vista las objeciones que hacen inviable la tesis, por lo que Marx hubo de refinarla como "tiempo de trabajo socialmente necesario". Lo cual convirtió el valor-trabajo en una medida de goma, en constante cambio según épocas, países y ramas productivas dentro de cada país. Adiós la medición económica objetiva en unidades de valor-trabajo. De hecho, ni los marxistas occidentales ni los de los países socialistas tuvieron éxito jamás en el intento de cuantificar y explicar las respectivas economías en términos de valor marxiano.

Con ello naufragan las pretensiones de acierto científico del marxismo, a menos que nuestros lisenkos encuentren la salida al laberinto, cosa sumamente improbable, dada su bien demostrada ineptitud teorizadora. El marxismo queda reducido entonces a una de tantas lucubraciones utópicas, como aquellas que tanto irritaban a Marx. Y, como todas ellas, basada en una radical negación de la libertad.

Una teoría falsa en sus formulaciones de base sólo puede dar lugar a errores en cadena, y resulta inútil esperar que llegue a dar buenos resultados con el tiempo. Esto no han logrado entenderlo los Tuñón y sus discípulos Reig y compañía, y por eso sus versiones de la historia no solo son antidemocráticas, como he señalado otras veces, sino rotundamente equivocadas. Sin embargo, a partir de ideas erróneas es posible escribir libros y más libros, tan poco valiosos como las tesis generatrices, aunque puedan ser productivos para sus autores y proporcionar algunos materiales de derribo apreciables. Por esta razón Reig y sus pares siguen elaborando una historia cimentada en la propaganda de la Comintern, y pretenden convencernos de ideas tan peregrinas como la de que aquel Frente Popular, compuesto de totalitarios y golpistas, representaba la legalidad democrática. Con tal premisa se vuelve imposible entender nada, y los hechos se interpretan siempre al revés, deporte en el que Preston se lleva quizá la palma.

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