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Pío Moa

Azaña y la democracia

Sus patinazos de este género abundan, como al acusarme de inventar frases de Calvo Sotelo... sacadas del diario de sesiones de las Cortes. O al recomendarme leer al respecto el libro de Alfonso Bullón... que Reig no ha leído.

Una especialidad de los marxistas en todo tiempo y lugar ha consistido en otorgar graciosamente títulos de demócrata o antidemócrata a quienes ellos tuvieran a bien. Y a Azaña, desde luego, con preferencia. Lo divertido de este enredo es que Azaña detestaba el marxismo, en la escasa medida en que lo conocía –uno de sus graves fallos–. Le repugnaban los comunistas y trató, en vano, de excluirlos de la coalición de izquierdas que derivó en Frente Popular. A Largo Caballero y a Negrín terminó cobrándoles aversión, bien testimoniada en sus diarios de guerra. Y sin embargo los marxistas y afines, que también lo criticaron y despreciaron en su momento, le muestran hoy una simpatía rayana en la veneración. ¡Qué gran demócrata "su" Azaña!

Esta curiosa y no recíproca simpatía se debe en parte al carácter jacobino del venerado. Los marxistas suelen admirar el jacobinismo, un movimiento burgués, desde luego, pero lo bastante extremista o "consecuente" como para que aquellos se sintieran herederos suyos, si bien más radicales y "científicos". En la olla jacobina se cocieron los totalitarismos posteriores.

Hoy el calificativo de jacobino –como el de marxista– ha perdido el brillo de otrora, y Reig rehúsa aplicárselo a Azaña, a fin de pasarlo por demócrata: "Al llamar a Azaña jacobino, suponemos que [Moa] no quiere llamarle "dominico", primera acepción del DRAE [nótese la sagaz observación]; la tercera es demagogo partidario de la revolución ¿Fue tal don Manuel Azaña? Así que solo queda la segunda (...) a la que sin duda se refiere nuestro experto historiador. Históricamente, durante la Revolución francesa, los jacobinos sumieron a Francia en el terror, exigieron la ejecución del rey, marginaron a los moderados y guillotinaron a miles de sus adversarios reales o supuestos, acabando por guillotinarse entre ellos mismos ¿Qué tiene Azaña en común con ellos? Nada. Los jacobinos eran fuertemente centralistas y Azaña lideró la opinión pública de izquierdas (que era más bien reacia) para que aceptara el Estatuto de Autonomía (...) ¿Azaña jacobino? ¿Azaña un furibundo centralista?"

Acierta el camarada al señalar el centralismo de los jacobinos y de muchos republicanos españoles. También pudo haber mencionado la aludida aversión de Azaña por los marxistas, quizá poco apropiada en un jacobino de raza: he aquí un problema de mi tesis. Pero de fácil solución. En realidad fue la debilidad política de Azaña, y no sus convicciones, lo que le obligó a pactar y hacer grandes concesiones. Cosas de la política. Pudo buscar alianza con los elementos moderados, pero, como buen jacobino, eligió al PSOE y la Esquerra, los más extremistas del régimen después de la CNT y los comunistas. Se alió con los marxistas y con otro partido típicamente jacobino, la Esquerra catalana. Con eso entendemos por qué rechazó entonces la autonomía para las Vascongadas: porque el PNV era un partido clerical (aparte de rabiosamente racista). Su mezcla de debilidad y extremismo indujo a Azaña a graves yerros. Así, creyó resolver con la autonomía el problema creado por los nacionalistas catalanes, cuando estos la consideraban una simple etapa en una escalada de reivindicaciones. Con igual miopía esperaba una alianza estable con el PSOE, pero este la veía como una táctica pasajera a fin de preparar el paso a la dictadura socialista.

Reig olvida otro aspecto clave del jacobinismo: su ataque a la Iglesia. Azaña promovió una Constitución impuesta por rodillo, no consensuada y no laica, sino anticristiana. Confundiendo sus deseos con realidades declaró que el país (no el Estado, entiéndase bien) dejaba de ser católico, y convirtió a los religiosos en ciudadanos de segunda, vulnerando las libertades democráticas, como él mismo reconoció. Amparó desde el poder la quema de iglesias, bibliotecas y centros de enseñanza católicos, sobre todo en 1931, y volvería a hacerlo en 1936. Ello aparte, impuso una Ley de Defensa de la República que reducía a muy poco las libertades constitucionales, y con ella en la mano cerró o censuró cientos de publicaciones, detuvo y deportó sin acusación, etc.

Esto, solo por mencionar algunos hechos bien conocidos y documentados. ¿Cómo los aborda Reig? O los pasa por alto o los niega, con ignorancia muy sorprendente para quien quiere pasar por historiador. Cree apócrifa la frase de Azaña sobre la quema de conventos y la vida de un republicano, cuando la citan en términos casi idénticos dos testigos presenciales, Maura y Martínez Barrio. Sobre la protección de Azaña a los delincuentes incendiarios ("el pueblo", en la retórica jacobina y marxista), tenemos también el testimonio presencial de Alcalá-Zamora... y el del mismo Azaña en sus memorias. O las referencias de Rivas Cherif. Aficionado a la anécdota y a las frases, Reig dedica asimismo amplio espacio a la frase de "tiros a la barriga", en relación con la matanza de Casas Viejas, y comete el doble error de negarla, porque le da la gana, y de atribuirme la tontería de darla por cierta. Un historiador debe ser cauto. Al revés que en el caso anterior, no tenemos seguridad razonable de que Azaña la dijera, pues solo un testigo la menciona, pero tampoco podemos descartarla a la vista de, por ejemplo, su consigna, recogida en sus diarios, de fusilar sobre la marcha a los insurrectos ácratas del Alto Llobregat. Por lo tanto podemos dar por verosímil la frase de los tiros a la barriga, sin afirmar, no obstante su certeza. Y como en el caso de la quema de conventos, lo importante no son las frases, sino los hechos y las actitudes, y éstos son hoy conocidos, por mucho que ello irrite a nuestro buen historiador.

Con descuido parejo, Reig atribuye mis fuentes a Arrarás, a quien cito muy poco. Obviamente, mi adusto crítico no ha leído mis libros, aunque habrá hojeado algunos. Si hubiera leído Los personajes de la república vistos por ellos mismos, tendría una idea mucho más cabal sobre mis fuentes y tratamiento de estos problemas. Sus patinazos de este género abundan, como al acusarme de inventar frases de Calvo Sotelo... sacadas del diario de sesiones de las Cortes. O al recomendarme leer al respecto el libro de Alfonso Bullón... que Reig no ha leído, pues lo hace concluir en la dictadura de Primo de Rivera, cuando Bullón lo extiende muy ampliamente hasta el asesinato del líder monárquico. En fin, debemos aceptar que nuestros lisenkos, tan comprometidos en la defensa de los intereses del "proletariado", del "pueblo" o del "progreso", tan volcados en desacreditar a los enemigos "de clase" o de gremio, no están para perder tiempo y energía en estas enfadosas minucias.

Por resumir: Azaña tuvo un concepto de la república no democrático, sino jacobino y despótico, valga la redundancia: extremadamente anticatólico, "demoledor", una república para todos, pero gobernada por los suyos. No lo dice Arrarás ni la derecha, sino Azaña mismo. Para llevar a cabo su designio procuró la alianza con los sectores políticos revolucionarios, "los gruesos batallones populares", confiando en dirigirlos gracias a la "inteligencia republicana". Tampoco lo dice Arrarás, sino él mismo. Pero la inteligencia republicana resultó peor que precaria, resultó más bien una estupidez notoria. También lo dice Azaña, y lo confirman Marañón y otros. Y así, Azaña y los suyos, lejos de dirigir a los revolucionarios, fueron arrastrados literalmente por ellos. En esto se resume toda la aventura azañista. Lo cual, de paso, explica muy bien la simpatía de los marxistoides por su figura: ven en ella a quien, velis nolis, les facilitó el camino al poder.

A decir verdad, si alguien rebate contundentemente a Reig y sus pares es Azaña. A sus textos he recurrido en mucha mayor medida que ellos, y puedo imaginar fácilmente qué escribiría el cáustico prócer republicano en sus diarios sobre estos marxistoides e interesados aduladores de hoy.

Y, finalmente, me permitiré dudar de la capacidad de nuestros lisenkos para conceder títulos de demócrata a nadie, empezando por ellos mismos.

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