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Ignacio Villa

Los frutos de la mentira

En las entrevistas en Moncloa sobre el modelo de Estado, la reforma constitucional y el proceso de rendición ante ETA, Zapatero le prometió a Rajoy unas líneas de actuación para inmediatamente hacer y decir lo contrario a lo prometido.

Ni siquiera en la época más dura de González y de Aznar se percibía tanta frialdad y distancia entre el presidente del Gobierno y el jefe de la oposición. Semejante hostilidad no tiene precedentes en la vida democrática española. Zapatero y Rajoy no se hablan, como se ha visto durante la reciente celebración de la Constitución en el Congreso de los Diputados el pasado miércoles.

Esta situación la ha creado el presidente del Gobierno, engañando públicamente tres veces a Mariano Rajoy tras reunirse con él en un ambiente en apariencia cordial. En las entrevistas en Moncloa sobre el modelo de Estado, la reforma constitucional y el proceso de rendición ante ETA, Zapatero le prometió a Rajoy unas líneas de actuación para inmediatamente hacer y decir lo contrario a lo prometido. Ha sido la persistencia en la mentira y las triquiñuelas de tres al cuarto las que al final han hecho imposible cualquier relación política y personal entre el presidente y el jefe de la oposición, a pesar de que Rajoy estuvo dispuesto incluso a pasar por alto pactos tan antidemocráticos como el del Tinell.

Zapatero ha cultivado el enfrentamiento y azuzado la exclusión del PP de todas las instituciones del Estado. Ha hecho falta que su proceso de rendición empiece a hacer agua, que la opinión pública sitúe bajo mínimos al Ejecutivo y que cuente con cada vez menos apoyos para continuar negociando con ETA para que el presidente Zapatero se haya caído del caballo y considerado la importancia de labrar algún tipo de relación con el líder de la oposición. Pero parece demasiado tarde después de que el Gobierno haya dinamitado todos los puentes que lo unían con la oposición; no pueden pretender volver donde se estaba como si nada hubiera sucedido. Han insultado sin parar al Partido Popular y lo han demonizado como "derecha extrema". Han buscado la exclusión de los populares de la vida política e institucional, apoyándose en comunistas, nacionalistas e independentistas. Son heridas que seguramente no se puedan ya cerrar.

En su engreimiento, Zapatero pensaba que él sólo podía arreglar el mundo. Ahora comienza a caer en la cuenta de que, en una democracia, se necesita de la oposición para sacar adelante las grandes cuestiones nacionales. Zapatero se pensó que la democracia era él. Y no le ha hecho falta ni media legislatura para demostrarlo.

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