Menú
José Antonio Martínez-Abarca

Cuando la nada suena

A lo único que el presidente del Gobierno puede aspirar es a que Rajoy se haya creído las pausas entre frases y a que el vaso de agua que le han servido en Moncloa no estuviera envenenado. Todo lo demás sobraba.

Para intentar convencer de algo a otro señor incluso mucho menos inteligente que Mariano Rajoy es necesario no el creerse la reparandoria uno mismo (ya decían aquello de que para ser Pontífice es preciso no creer en Dios, claro que eso fue antes de que llegase Juan Pablo II), sino que al menos ese algo convenza a los previamente convencidos, que son los más facilones. No es el caso. El "proceso de paz" con ETA es posible que aún se lo crean las niñas si es que no han dormido esa noche por no terminar de encajar en sus tiernas cabecitas la muerte de la mamá de Bambi, pero desde luego no su papá Zapatero, y mucho menos Rubalcaba. Qué vamos a decir de Mariano, que lo único que ha dicho al salir de Moncloa es que en todo esto no hay turrón.

Es como lo de los mítines: consisten, no en enardecer a las masas de incondicionales que ya vienen enardecidas de casa, sino en dominar el arte de callarse para no estropear el ambiente. Hitler era un gran orador no porque hablase alto, sino porque dominaba los silencios y empezaba las arengas de forma inaudible. A Zapatero le ha durado el cuento del proceso con ETA mientras había infinidad de previamente convencidos impresionados por su silencio, por lo inaudible, por la turbiedad, por la mítica un poco bastante cursilona de la Logia.

En cuanto han/hemos oído algo, en cuanto Rubalcaba ha puesto dos caritas exhaustas para explicar lo inexplicable y el diario El País dos emplastos de árnica llamando al apoyo mutuo o "rotario" entre demócratas, el "proceso" ya no hay quien se lo crea, ni los convencidos ni los inconvencibles, como no podría ser de otra manera. Se puede vender humo, pero no empaquetándolo en la jaula del gato pretendiendo que no escape. A lo único que el presidente del Gobierno puede aspirar es a que Rajoy se haya creído las pausas entre frases y a que el vaso de agua que le han servido en Moncloa no estuviera envenenado. Todo lo demás sobraba.

Recuerdo a un entrañable diputado que fue ministro dos veces con la UCD, Luis Gámir, que se sentía llamado a congelar al auditorio en los mítines que Aznar calentaba. Supongo que lo ponían allí precisamente porque como político era muy bueno pero como orador muy malo, y la majestad del líder debía brillar por comparación. Gámir largaba en los mítines mucho, largo y con datos equivocados. ¡Qué diferencia con Aznar, que sólo empleaba las pocas frases enigmáticas que había podido rescatar del cuello de su camisa!

Los ansiosos de la paz infinita confiaban en el "proceso" mientras no trataron de explicárselo, mientras no trataron de darle contenido, mientras sólo era una bonita palabra para el álbum de "recorta y pega". Ahora, Rubalcaba no sabe qué decir cuando comparece ante la prensa porque la verdad sobre el buen fin del proceso ya la hemos oído: ese zumbido del entrechocar de átomos que se conoce con el falso nombre de "la nada".

En España

    0
    comentarios