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Juan Carlos Girauta

Embustero y peligroso

Rodríguez vende supersticiones nominales, hechizos y conjuros. Pero él sabe. Sabe que tras el "accidente mortal" de Barajas hay que tolerar algunos desahogos. No piquemos, y preparémonos para un despliegue inusitado de frasecitas hechas y falacias.

Rodríguez quiso cerrar el 2006 con balance risueño y doradas previsiones: este año, bien, y el que viene, mejor. De inmediato la ETA le desmintió con muertos y con fuego, mientras su negro embajador afirmaba la pervivencia del proceso de paz. Claro. Uno de los rasgos del falaz proceso con que planean descorchar y beberse la nación es que tanto su conclusión como su vigencia están en manos de los terroristas. Y de nadie más. Aunque tal fatalidad podía detectarse en origen, hay quien necesitaba víctimas nuevas para ver claro. Las anteriores no valían.

La expresión "proceso de paz" es enteramente tramposa, incluyendo la preposición. Está armada para expandir falsedad y contaminar cuanto toca. El protagonista semántico, la "paz", apesta por varios motivos. Como artefacto político, ha sido esgrimida por portadores de las más torpes o aviesas intenciones: apaciguamiento ante el nazismo, movimientos pacifistas promovidos por la Unión Soviética. La paz no es el fin primordial de estados e individuos; la preceden la libertad, la vida, la justicia, la defensa de la propiedad. Aun cuando su sentido no se oponga a guerra sino a desasosiego, "paz" es el sobrenombre típico de una amenaza vestida de promesa. Los primeros en alcanzar la paz así invocada han sido Carlos Alonso Palate y Diego Armando Estacio, ecuatorianos.

"Proceso" está al servicio de "paz" en el sintagma, y no puede mejorar al sustantivo principal. Pretende oficializar, y aun burocratizar, una decisión: admitir que a la ETA le asisten razones, como dejó ver López. Pero se trata de un salto imposible. No son las razones las que califican u homologan para nada, sino los medios empleados para hacerlas prevalecer.

Rediseñar el mapa y las instituciones al gusto de los terroristas exige más vergüenzas e imposibles, como blanquear el crimen y premiar la violación del monopolio estatal de la violencia. El Estado que hiciera tal cosa se negaría a sí mismo, se convertiría en una fantasmagoría, en un no-Estado, en un ente vacante que pide a gritos regresar a su ser a través de verdaderos gobernantes.

La preposición "de" es el agujero negro del grupo nominal, presto a tragárselo todo: el proceso es de paz. Encierra en dos letras la exorbitante pretensión de legitimar la rendición. Eso sí, cuando los representantes de cuarenta y cinco millones de personas violen su mandato y supediten los intereses de sus representados a los deseos de quinientos forajidos, vendrá un funcionario con un tampón, a sellar.

Rodríguez vende supersticiones nominales, hechizos y conjuros. Pero él sabe. Sabe que tras el "accidente mortal" de Barajas hay que tolerar algunos desahogos. No piquemos, y preparémonos para un despliegue inusitado de frasecitas hechas y falacias. La razón bien aguzada, mientras él repara los fuegos de artificio con que se distrae la España lanar y embotada.

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