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Agapito Maestre

Si yo fuera Rajoy...

Rajoy ha exigido claridad y contundencia al Gobierno con respecto a ETA y todos sus cómplices. Está bien. Es normal, pero la trágica circunstancia política exigía algo más, muchísimo más, que estas correctas palabras

Un grandísimo periodista me recuerda que le hubiera gustado escribir la crónica de Rajoy en Madrid durante el día 30 y 31 de diciembre, pero fue imposible porque se quedó en Pontevedra a esperar el fin de año. Una pena. Sin embargo, estoy convencido de que esta misma persona se las ingeniará para construir con cariño esa crónica  contrafáctica de Rajoy ante el atentado de Barajas. Estoy ya esperándola con impaciencia, porque, aparte de deleitarnos con su lectura, servirá para que Rajoy entienda que la política de oposición se hace en la calle o no es política sino declaraciones de buenas intenciones. Porque la benevolencia de Rajoy con el Gobierno de Zapatero empieza a molestar a millones de españoles, es menester que repasemos algunas consecuencias del atentado de Barajas en la forma de hacer oposición Rajoy.
 
La bomba de ETA en la Terminal 4 de Barajas ha puesto al descubierto a un Gobierno de incompetentes y mentirosos, pero nos ha presentado a un Rajoy medroso y falto de decisión para movilizar a los millones de españoles que lo miran como su última esperanza. Rajoy ha exigido claridad y contundencia al Gobierno con respecto a ETA y todos sus cómplices. Está bien. Es normal, pero la trágica circunstancia política exigía algo más, muchísimo más, que estas correctas palabras. Para empezar habría sido necesario que Rajoy hubiera abandonado Pontevedra y se hubiera personado en el lugar del atentado. Sí, sí, la política es, sobre todo, presencia y acción. Debería haberse puesto a la cabeza de lo que exigen millones de ciudadanos. Debería estar en la calle recogiendo los millones de impulsos de quienes quieren derrotar a ETA. Rajoy estuvo acertado en sus primeras declaraciones, pero hubieran estado mejor, indudablemente, si las hubiera realizado en Barajas y acompañado por Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón. Reconozca el fallo y corríjalo ya.
 
La bomba de ETA en Barajas no deja lugar a frases hechas, pero si hay una pregunta tópica en la mente de todos los españoles, después del fracaso de Zapatero ante ETA, es la siguiente: ¿Es la oposición de Rajoy suficientemente contundente para exigir a Zapatero un cambio de estrategia con ETA?, ¿para cuándo el PP empezará a pedir dimisiones por las mentiras e ineficacias de un Gobierno a la deriva?, en fin, ¿si el PSOE estuviera en el puesto de Rajoy, actuaría con tanta delicadeza con un Gobierno que nos conduce al abismo? Ese tipo de preguntas deberían ser respondidas más pronto que tarde por Rajoy, porque toda ellas se refieren a ese punto invisible de la política, donde el fracaso y el éxito casi se tocan, que decide la suerte del liderazgo democrático.
 
O Rajoy sale a la calle y moviliza a los españoles o puede quedarse para siempre en la eterna oposición. Es su momento, señor Rajoy, no lo deje pasar. Recapacite y el día 1 de enero insista e intente hacer lo que no hizo el 30 y el 31 de diciembre. Por favor, señor Rajoy, no espere a que salga otro indigente intelectual y político para que nos diga: “que nadie nos va a amargar la noche vieja”. Deje a un lado a quienes lo acusan de crispar el ambiente político. Tome en serio a los millones de personas que se quejan de su blandura a la hora de ejercer la oposición. Si nos atenemos a sus palabras y hechos, desde que se produjo el atentado de Barajas, no podemos dejar de concluir que su actuación es lo más parecido a un jefe político casi domesticado por el poderoso que alguien dispuesto a dar la batalla de la calle.
 
Rajoy ha llegado a tenderle la mano al Gobierno, incluso después de que Zapatero ha dicho que no rompe definitivamente con ETA. Rajoy ejerce la oposición con tal mesura y equilibrio que olvida su obligación de interrogar al Gobierno permanentemente, movilizar y canalizar las protestas ciudadanas y, en fin, plantar cara a un ejecutivo, que no sólo miente y engaña sino que persiste, después del cruel atentado, en seguir negociando con los criminales.

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