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José García Domínguez

Never again

Como siempre, pedantuelo, hablas de oídas. Pues el autor de esa nueva frasecita que te acaba de dictar Suso de Toro no fue otro que Sebastian Castellio, que para más inri resulta ser un teólogo cristiano del siglo XVI.

Apenas un par de momentos estelares a lo largo de esas cinco soporíferas páginas repletas de la eterna cháchara vacua tan marca de la casa. El primero, cuando le preguntan si never again significa never again o "ya te llamaré, majete"; y el Niño, muy seriecito, responde: "Hoy hay que hablar del mañana, del mañana inmediato (...) Pero no es éste el momento de hablar del futuro". El segundo, con Chiquito de la Calzada tocado y Cantinflas hundido, cuando, en lugar de rematarnos con las obras completas de Bigote Arrocet, va y se me pone a citar a Stefan Zweig.

Porque resulta que si ahora mismo tuviese delante –y no al lado– al jefe de la ETA, el Niño le hablaría de Stefan Zweig. Precisamente de aquel judío errante que acabó volándose la tapa de los sesos en Brasil, asqueado de las plañideras pacifistas que contemplaron con los brazos cruzados el ascenso al poder de los nazis. Así, según acaba de confesar al director de El País, en la tesitura de leerle la cartilla a Josu Ternera, le espetaría: "Matar, como decía Stefan Zweig, no es defender una idea, es simplemente matar". De ese modo, Ternera, si sólo fuese un pelín menos ignorante que el presidente del Gobierno –que no es el caso– podría haberle replicado: "Como siempre, pedantuelo, hablas de oídas. Pues el autor de esa nueva frasecita que te acaba de dictar Suso de Toro no fue otro que Sebastian Castellio, que para más inri resulta ser un teólogo cristiano del siglo XVI."

"Pero, si en verdad quisieras descubrir quién fue ese Stefan Zweig del que nada sabes y todo lo ignoras, escucha con atención las palabras que escribió sobre nosotros, antes de huir de su Viena natal para no retornar jamás. Toma nota, pues, estadista: 'El nacionalsocialismo, con su técnica del engaño sin escrúpulos, se guardaba mucho de poner de manifiesto el radicalismo extremo de sus propósitos antes de haber endurecido al mundo. Desarrollaba su método con precaución: una dosis pequeña, y, después de cada dosis, una pausa. Cada vez, sólo una píldora, y luego, un momento de espera para comprobar si la conciencia universal había asimilado la dosis. Y en vista de que la conciencia europea –para mal y vergüenza de nuestra civilización– mostraba un absoluto desinterés, las dosis fueron cada vez mayores, y, al fin, Europa entera sucumbió a ellas.'"

Por lo demás, sería ocioso descubrirle al Niño cómo en El mundo de ayer, su autobiografía, describe Zweig la estampa grotesca de Chamberlain, mientras anunciaba en el Parlamento su intención de suplicar una segunda entrevista a Hitler para implorarle la paz. Para qué desvelarle ahora ese capítulo de sus propias Memorias.

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