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Juan Carlos Girauta

El zombi

La democracia deliberativa que sedujo al zombi –acaso al topársela en el único ensayo político que conoce o cita– consistía al final en eliminar a la oposición. Acabáramos.

Ya está aquí. Ya llegó el Frente Popular que el presidente zombi auguraba con su tórpida y envenenada memoria histórica, la España con la rabia y sin la idea que anunciaba tanto mantra progre. Mantras de zombi atravesados por compasitos y plomaditas y mandilines y grandes arquitectos y paces universales. Patochadas de los ojos vendados y el espejito de los hijos de la viuda.

La democracia deliberativa que sedujo al zombi –acaso al topársela en el único ensayo político que conoce o cita– consistía al final en eliminar a la oposición. Acabáramos.

Primero hubo asedios y hubo injurias, y hubo falta de condenas a la violencia de los batallones populares socialistas y afines en el golpe de mano. Luego hubo la asunción presidencial de lo peor del político más peligroso al sur de los Pirineos (y al norte, que ahí está Perpiñán): el boca a boca a la ETA y los pactos del Tinell, fratricidas y venales. El marchamo de ambas, claro, Carod.

Siguieron las visiones y trances treintañistas del zombi, el resucitar palabras y arrebatos que empujaron a la guerra a nuestros abuelos (ocupando estos por lo general el bando contrario al de sus nietos más chillones).

Por fin, la hora de la verdad, anticipada –con la clarividencia que confieren las deudas y la pereza– por un actor tieso: el cordón sanitario. Poca broma. El zombi está abatiendo una pared maestra de la democracia: la posibilidad de que la oposición controle al gobierno y de que se discutan sus propuestas. El zombi deviene un Chávez, un Castro, un Azañita perplejo y ágrafo.

El cordón sanitario que el Frente Popular le ha puesto al PP amordaza de hecho a media España. Ni aquel gobierno podrido de Casares Quiroga, salpicado por la sangre de Calvo Sotelo, se atrevió a tanto: a Gil Robles tuvieron al menos que escucharlo en el Congreso y pasar por el apuro de darle explicaciones.

Se proclamaba rojo el presidente. Ni siquiera. Progre a lo sumo. Pero el peligro que tiene no viene de ahí. Viene de su lado zombi. ¿De quién es ese ser tambaleante? ¿Tiene uno o varios dueños? ¿Cuánto tardará el gran poder en enterrar el inquieto cadáver político? Una de las pocas señales esperanzadoras la está dando el imperio mediático tras comprender que en la Moncloa no hay nadie. No vaya a ser que en el PFFR tampoco.

En España

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