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José García Domínguez

Los desahuciados

Igual de enfermos y desahuciados, por lo demás, que Sor Patxi Nadie de la Cruz –"lo más importante ahora es salvar la vida de Iñaki"-. Alabado sea el Señor, hermana, veinticinco veces sea alabado.

Todos están enfermos, muy enfermos. Todos, menos De Juana Chaos, que es el único al que podría dársele el alta facultativa, sin riesgo de quebranto mayor ni para su salud, ni para la vergüenza torera del Gobierno. Pues únicamente él semeja recuperable. Y es que la infección que padecen los demás ni siquiera merece el consuelo del pronóstico reservado, ya que no remite a terapia conocida. De ahí que sólo reste compadecerlos como desahuciados que son. Así, enfermo y desahuciado luce ese fiscal de las mil y una noches que lo vela sin pausa ni descanso. Como enfermos y desahuciados yacen los magistrados todos de la Sección Primera de la Audiencia Nacional que tanto suspiran por devolverlo de pinchos a la herriko taberna. Igual de enfermos y desahuciados, por lo demás, que Sor Patxi Nadie de la Cruz –"lo más importante ahora es salvar la vida de Iñaki"-. Alabado sea el Señor, hermana, veinticinco veces sea alabado.

De idéntico modo, desahuciado, por enfermo, suena el hilito de voz de Manolo Chaves, cuando proclama "razonable" que Iñaki tenga más a mano a los otros cinco funcionarios que amenaza con asesinar. Tan desahuciadamente enfermo como la memoria de Llamazares, incapaz ya de traducir al euskera el inviolable derecho a la eutanasia y la "muerte digna" del programa de Izquierda Unida. Todos, sin excepción, enfermos y desahuciados como Zapatero, el agente catalizador de la epidemia. Pues la suya es una patología incurable. En verdad, padecen la enfermedad terminal más terrible, cruel y paralizante que a un ser humano quepa sufrir, una afección infinitamente más letal que el cáncer: el miedo. Están infectados de miedo, de miedo crónico, ese virus contagioso que expande su metástasis a base de oportunismo e irresponsabilidad a partes iguales.

En grotesco contraste, Iñaki, su enfermo imaginario, el preciado objeto de todos sus desvelos humanitarios, resulta ser el único figurante sano dentro del cuadro de actores de la comedia. Sin duda, su Iñaki da cobijo a algo más que la mente de un asesino en serie. También lo adorna otra tara: encarnar a un pobre idiota –otro– dispuesto a matar y morir por esa lerda entelequia metafísica, la roma creación de una fantasía pueril que ni existe, ni ha existido jamás: el Pueblo Vasco (así, con mayúsculas). Mas la idiocia moral es patrimonio del alma; y el alma de los gudaris sólo es de Sabino Arana, razón de que su etiología no aparezca catalogada en el Vademécum de la Seguridad Social.

Definitivamente, a quien hay que enviar a casa -y por la vía de urgencia- no es a Iñaki, sino a los genuinos moribundos. Con el apuntador a la cabeza.

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