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Daniel Rodríguez Herrera

Quitándole las puertas al campo

Las discográficas no pueden dar marcha atrás al reloj y volver a 1999 para corregir sus errores. Pero pueden al menos intentar salvar los muebles.

Las empresas discográficas desarrollaron su modelo de negocio a partir de un hecho que en su día era ineludible: la música sólo podía distribuirse en soportes físicos. Cuando Napster les dejó claro que aquello había dejado de ser inevitable, su reacción fue enrocarse en la defensa de un sistema de creación, producción y distribución de música que sólo tenía sentido cuando los costes de distribución eran altos y la escasez de espacio de las estanterías de las tiendas obligaba a buscar muchas ventas con pocos títulos. Ese sistema se convirtió en "La Música", cuando no era más que un modo particular de hacer negocio con ella. Un modelo perfecto en su momento, pero que se había quedado obsoleto.

Cuatro grandes discográficas se reparten el 70% de la cuota de mercado y, básicamente, toman las decisiones importantes para la industria. En 1999, cuando Napster fue creado, pudieron competir con él. Una tienda digital con precios bajos podía haber diluido la importancia del invento de Shawn Fanning. Pero decidieron acudir a los tribunales, con el resultado de que la creatividad de otros programadores creó otras redes P2P más eficaces y, sobre todo, más inmunes a los abogados, de las que BitTorrent y eMule son sus últimas encarnaciones. En lugar de acostumbrar a sus clientes a comprarles la música vía Internet, les pusieron unos precios prohibitivos (especialmente si se comparan con la gratuidad) y unas restricciones de copia que denominadas DRM, que les impedían escuchar cómo y dónde quisieran las canciones compradas, algo que sí podían hacer con los CD. Y con la música descargada gratuitamente, claro.

Cuando Steve Jobs puso en el mercado el iPod lo acompañó de una tienda en Internet llamada iTunes. Para ello logró convencer a la industria con un sistema propio de restricciones de copia que, aunque disponía de la mayor flexibilidad permitida hasta ese momento por las discográficas, seguía en clara inferioridad con respecto a los ficheros MP3, que carecían de limitaciones de ese tipo. Pese a la relativa popularidad de iTunes entre las tiendas de música online, Steve Jobs mostró la semana pasada los números del fracaso del DRM en un artículo en la web de Apple: sólo el 3% del contenido de los iPod había sido comprado en ella. Así pues, llegó a la única conclusión posible: ya que es un fracaso, lo mejor sería abandonar esos sistemas absurdos que hacen que un cliente que ha comprado música por Internet pueda hacer con ella menos cosas que quienes se la han descargado del eMule o el BitTorrent sin pagar ni un duro.

Jobs expuso, además, un hecho dramático. El 90% de las ventas de las empresas discográficas, es decir, los CD, carecen de protecciones como el DRM. Y, claro está, la gente los copia, los convierte en MP3 y los comparte en las redes P2P. Sin embargo, las compañías siguen obligando a las tiendas digitales a poner restricciones a los ficheros musicales y a vender a unos precios ridículamente altos. Sus clientes ya se han acostumbrado a descargar música y, lo que es aún peor, han dejado de sentirse culpables por ello al ver como las mismas empresas que quieren venderles música los tratan de delincuentes y hasta los persiguen judicialmente.

Las discográficas no pueden dar marcha atrás al reloj y volver a 1999 para corregir sus errores. Pero pueden al menos intentar salvar los muebles. La decisión de EMI de empezar a vender su catálogo musical en MP3 y sin DRM es un paso en la dirección correcta. Las demás discográficas no sólo deberían imitarlo sino ir más allá reduciendo los precios. Tiendas como AllOfMP3 deberían ser la regla, y no una perseguida excepción. Es la única manera de volver a cobrar algo, aunque sea poco, a quienes ya no se compran un CD ni por equivocación.

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