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Ricardo Medina Macías

Un mal modelo con buena prensa

El Estado de Bienestar, así como el keynesianismo que le dio origen, son más bien la coartada perfecta para garantizar y aumentar el bienestar de los políticos.

No parece muy buena idea "comprar" como arquetipo del futuro deseable un modelo fracasado, pero en todo el mundo, no sólo en los países en desarrollo, el modelo "Estado de Bienestar" sigue teniendo buena prensa. Sin ir más lejos, buena parte de los precandidatos en liza para la próxima presidencia de los Estados Unidos "venden" con más o menos desparpajo ese viejo modelo a pesar de sus reiterados fracasos –basta ver las cifras de desempleo en Francia, Alemania o España– y de su inviabilidad fiscal.

Recientemente, en el diario español ABC, el profesor Juan Velarde Fuertes ofreció un valioso resumen tanto de la génesis intelectual del concepto de Estado de Bienestar (los dos informes Beveridge de 1942 y 1944), como de las entonces desdeñadas pero certeras críticas de la escuela austriaca al modelo y del demoledor campanazo que desmoronó intelectualmente al Estado de Bienestar en 1968, cuando Milton Friedman publicó su célebre ensayo sobre el papel de la política monetaria.

Tomo del profesor Velarde esta breve descripción de lo que ofrece el Estado de Bienestar: "el ciudadano de los países occidentales pasó a creer que era posible el pleno empleo y la seguridad de su permanencia en el puesto de trabajo, así como la cobertura de un amplio conjunto de necesidades que se resumen en las pensiones, la asistencia sanitaria, las ayudas tanto a los desempleados como a la familia".

Pero, ¿es factible que esta maravilla sea proporcionada por el Estado, a través de la política fiscal, es decir, mediante el gasto público; sea éste financiado por impuestos o financiado por deuda?

La respuesta es no. Financiado por deuda es un desastre inmediato. Financiado por impuestos es un desastre inevitable a medio plazo. Pero esa respuesta contundente no basta para convencer a los políticos y a parte del público de que debe renunciarse al Estado benefactor de la cuna a la sepultura.

¿Por qué? Porque, por una parte, se trata de una fascinante promesa ("¿eres tan desalmado como para oponerte?") y, por otra, porque el Estado de Bienestar, así como el keynesianismo que le dio origen, son más bien la coartada perfecta para garantizar y aumentar el bienestar de los políticos.

Es, otra vez, la tibieza acogedora que muchos sienten cuando caen en el regazo de los presupuestos públicos.

En Libre Mercado

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