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EDITORIAL

Y ahora, a rescatar la soberanía

Después del 10-M, llega el verdadero desafío: un Gobierno acorralado, más rehén que nunca de la voluntad de ETA, y, por lo tanto, más despótico y dispuesto a perpetrar más injusticias que nunca para satisfacer a los terroristas

La manifestación de este sábado, por históricas que resulten sus proporciones, no tendrá el menor efecto en la política antiterrorista de José Luis Rodríguez Zapatero, tal y como el presidente ha avisado, displicente, en la víspera de la convocatoria del PP. Ignacio de Juana no volverá a la cárcel a cumplir hasta el último día de su condena a tres años de prisión, y Batasuna-ETA se presentará a las próximas elecciones locales, bajo este o cualquier otro pabellón electoral, sin haber condenado el terrorismo y sin cumplir con la Ley de Partidos. Conviene dejarlo sentado, para que la potente energía de patriotismo y libertad que ha prendido en una parte de la sociedad española se mantenga con la debida tensión cívica y no decaiga en frustración ante las nuevas e inexorables cesiones que el Gobierno hará al terrorismo en los próximos meses.
 
Es indispensable que el foco de resistencia pacífica nacido en el seno del movimiento de las víctimas y galvanizado por el colosal potencial movilizador y pedagógico del primer partido político de España en número de afiliados conserve viva y lúcida su heróica impugnación moral de un presidente consumido por la debilidad y desbordado por el desafío de los enemigos de la libertad y de España.
 
Es clave que la llamada de Mariano Rajoy a “todos los españoles a los que les importe España” para que pongan “fin a esta situación” de crisis nacional llegue al último rincón del último hogar del país; y sólo la conmovedora conjura cívica confirmada este sábado por dos millones de personas en las calles de Madrid puede propagarla.
 
Por eso, lo más difícil y duro de este auténtico movimiento por la independencia nacional empieza ahora. Después del vibrante clamor de unidad en la ciudad más abierta y plural de España; después de un vendaval de banderas jamás visto y de un rescate popular del himno, convertido en símbolo de la libertad, llega el verdadero desafío: un Gobierno acorralado, más rehén que nunca de la voluntad de ETA, y, por lo tanto, más despótico y dispuesto a perpetrar más injusticias que nunca para satisfacer a los terroristas.
 
Un presidente que llegó al poder gracias a los terroristas contrae un vínculo fáustico de por vida. Sólo los terroristas deciden cuándo saldrá del poder, y hasta cuándo les servirá desde el mismo. Este otro 11 de marzo, tres años después de aquel sangriento jueves que le hizo ganar las Elecciones contra toda evidencia, Zapatero es un presidente más débil y, por lo tanto, más peligroso para España. Un gesto de ETA, un simple comunicado, una promesa renovada de paz que reanime su proceso, su único programa político, su kit de supervivencia, sólo conseguirá precipitar la política de cesiones.
 
Desenmascarado incluso por sus votantes, desacreditado por la fácil y cobarde humillación de las víctimas, abominado por al menos la mitad de la nación, como ningún otro mandatario desde Fernando VII, por su ensañamiento en la traición, ¿de qué no será capaz a partir de ahora, a cambio de una prórroga otorgada por un gesto de los terroristas? Por eso, la respuesta del movimiento cívico debe ser el mantenimiento de la resistencia pacífica en la calle, y la del PP, volcarse en la batalla de las autonómicas (particularmente, en Navarra, pieza clave de la estrategia conjunta de Zapatero y ETA) y, a continuación, en el objetivo de un adelanto electoral que restituya cuanto antes a los españoles una soberanía que este presidente legal, pero ya completamente ilegítimo, ha puesto en rebajas a los terroristas.

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