Menú
Larry Elder

El frente de la consulta del médico

Por parafrasear a Osama bin Laden, si perdemos la guerra de Irak no será en el campo de batalla, sino en lugares como la consulta de mi médico.

Los niñatos del "Bush mintió, la gente murió" se esconden en todas partes. Casi nadie puede escapar de ellos. Frente a la ventanilla de recepción de la consulta de mi médico, esperando para mi examen anual de próstata, escuché a un miembro del personal decirme sonriendo: "Hola, señor Elder. ¿Cómo se siente siendo uno de los últimos de Filipinas que siguen apoyando la guerra?"

La recepcionista, de veintitantos, que en ese momento me estaba rellenando la ficha, entrecerró los ojos y el volcán entró en erupción. Se lanzó a una avalancha emocional, retorcida y poco respetuosa con los hechos contra el presidente. Que si nos engañó para meternos en la guerra, y por eso hay muchísimos soldados muriendo en Irak. Que si es incompetente. Que si envió a hombres y mujeres jóvenes a morir por petróleo y por Halliburton. Que mientras juega a ser comandante en jefe, la clase media se reduce. Que si sólo se preocupa de los ricos. Que si su racismo se manifestó en la gestión del Katrina. En fin, ya conocen ustedes la letanía.

Intenté conservar la calma mientras miraba a la fuente de tanta invectiva. En general, dependiendo de la situación, intento conservar mi humor y energía habituales. Pero también hay momentos en que no, y ésta fue una de ellos.

– Hablas del número de nuestros soldados caídos en Irak –dije–. Son 3.500, y contando. ¿Sabes por casualidad cuánta gente murió en la Primera Guerra Mundial?
– No.
– ¿Qué hay de Vietnam y Corea?
– No.
– ¿Y de la Guerra Civil, entre ambos bandos?
– No.
– ¿La Segunda Guerra Mundial, al menos?
– No.
– Perdimos más de 100.000 hombres en la Primera Guerra Mundial, con una población mucho más pequeña que la de hoy. Durante la Guerra Civil, murieron 600.000 entre ambos bandos, y la población era alrededor del 10% de los 300 millones que somos ahora. De modo que, ajustada a la población, seis millones de personas murieron durante la Guerra Civil.

Enseguida, los demás miembros del personal detrás de la recepcionista empezaron a escuchar, igual que los pacientes sentados en la sala de espera.

– Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial –continué–, murieron 400.000 norteamericanos. Ajustándolo también a la población de hoy, serían casi 800.000 personas, lo que significa que los caídos en Irak son menos del 0,5% de esa cifra. Por supuesto, cada vida es preciosa, pero te sugiero que, antes de hablar de la cantidad de muertos, adquieras algo de perspectiva.
– ¿Pero, qué hay de las mentiras? –me respondió.

"¿Para qué me voy a molestar?", me pregunté. "Tal vez mi próstata pueda esperar al año que viene. Mejor me voy y me pillo una hamburguesa". Pero continué.

– ¿Sabes algo sobre la Comisión Robb-Silberman, que concluyó que el presidente no mintió sobre la información que se tenía sobre Irak?
– No.
¿Y del panel bipartidista del Senado, que concluyó lo mismo, es decir, que Bush no mintió?
– No.
– ¿Te suena de algo el nombre de David Kay?
– Pues más bien no.
– Es el tipo que Bush envió a Irak para buscar arsenales de armas de destrucción masiva. Aunque nunca las encontrará, habló de la posibilidad de que Sadam las sacara del país durante las vísperas de la guerra. Y lo que es quizá más importante, dijo que ningún analista de Inteligencia (todos los cuales, dicho sea de paso, pensaban que Sadam tenía arsenales de armas de destrucción masiva) sintió que se le presionara para que mintiera con el objetivo de proporcionar a Bush un motivo para ir a la guerra.
– Pero llevamos más tiempo en Irak del que luchamos en toda la Segunda Guerra Mundial. Es una locura –contestó la recepcionista.
– ¿Locura? –respondí– No sé de ninguna guerra que se librara con cronómetro. Al comienzo de la Guerra Civil, ambos bandos esperaban que durase unas cuantas semanas, como mucho unos pocos meses. Durante la revolución, el general George Washington perdió batalla tras batalla hasta el punto de que algunos lo querían reemplazar por un general más competente. Los primeros años de la Segunda Guerra Mundial no fueron nada prometedores, pero el presidente Franklin Delano Roosevelt no dijo: "Bueno, ya llevamos en esto suficiente tiempo. Ya basta por hoy. Volvamos a casa."

Eso fue demasiado para un hombre que estaba sentado en la sala de espera, que se decidió a meter baza: "Pero la guerra ha empeorado las cosas". De modo que, ahora, me dan por todas partes.

– Supongo que usted asume que todo iba como la seda hasta que Bush se dedicó a revolver el avispero –respondí, volviéndome hacia el caballero–. ¿Recuerda el secuestro de los rehenes norteamericanos de 1979, que fueron retenidos durante 400 días? ¿Se acuerda del atentado de las Torres Jobar, en Arabia Saudí? ¿Recuerda el ataque contra los barracones de los marines durante la Administración Reagan o los atentados contra nuestras embajadas de Kenia y Tanzania? ¿Qué hay del primer ataque contra el World Trade Center en 1993? Por no mencionar el ataque del 11 de septiembre, que mató a más de 3.000 personas en suelo norteamericano. Está claro que si a Bush no le hubiera dado tanto la lata a tanta gente, Disney ya hubiera abierto un parque de atracciones en Pakistán.

Por parafrasear a Osama bin Laden, si perdemos la guerra de Irak no será en el campo de batalla, sino en lugares como la consulta de mi médico.

– Señor Elder –dijo la enfermera–, el doctor ya puede recibirle.

Justo a tiempo. Para ellos, claro.

En Internacional

    0
    comentarios