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John Bolton

La victoria de Irán

Si reforzar el poder de Ahmadineyad dentro de la dirección de Teherán equivale a un éxito de la diplomacia británica y los moderados iraníes, da miedo preguntar qué es lo que constituiría un fracaso.

Mahmoud Ahmadineyad marcó un tanto político tanto en Irán como en el resto del mundo merced a su "regalo": la devolución de los quince rehenes británico. Contra todo pronóstico, Irán emergió de la crisis con una victoria total: ganó primero con su provocación al secuestrar a los rehenes y volvió a ganar con su decisión unilateral de liberarlos.

La derrota, desde sus oscuros inicios en el Golfo hasta su final en un plató de televisión de Teherán, debe verse en el contexto general de los esfuerzos de Irán por expandir su poder en Oriente Medio y más allá. Lo ha hecho por medio de una búsqueda agresiva de armamento nuclear, llevada a cabo a lo largo de las dos últimas décadas, del masivo apoyo financiero y armamentístico a Hezbolá, Hamás y otros terroristas y de su creciente intromisión en Irak, el Gobierno de Irán hoy es una revolución teológica en marcha.

Perpetrado por unidades navales de la Guardia Revolucionaria, el principal apoyo militar de la revolución islámica de Irán, el incidente fue deliberado y estratégico, no simplemente la travesura de algún fanático mando menor. Capturar a los rehenes, cualquiera que fueran las aguas en las que se encontraran, fue un modo barato de poner a prueba la resolución británica y aliada. ¿Cuál sería la reacción británica?

Pues el primer signo de cuál sería fue que los rehenes se rindieran sin disparar ni un solo tiro en defensa propia, una reacción extraña en una zona de guerra. Trece días después, Irán tenía ya su respuesta definitiva: ninguna reacción en absoluto. Este enfoque pasivo, dubitativo y casi permisivo apenas escondía el objetivo real del Foreign Office: mantener viva la débil esperanza de que tres años de negociaciones fallidas sobre el programa de armamento nuclear de Irán no sufrieran otro revés, que esta vez seguramente hubiera sido fatal.

Tony Blair, el primer ministro, decía que no estaba "negociando, pero tampoco enfrentándonos". El que no hubiera negociaciones, y ciertamente no debería haberlas en respuesta a un secuestro, simplemente subraya la naturaleza unilateral de la liberación de los rehenes por parte de Irán. Además, ¿qué significa realmente eso de "no negociar pero no enfrentarse"? Diplomáticos británicos anónimos informaron a la prensa de que se habían iniciado "conversaciones", pero no negociaciones. Sólo cabe esperar con el mayor interés que se nos informe de la diferencia exacta entre una cosa y otra. De hecho, el doble lenguaje convencerá a Teherán y a otros estados criminales y terroristas de que los secuestros sumergen a Gran Bretaña en un estado de confusión, no de resolución. Además, la respuesta del resto del mundo no fue mejor. Naciones Unidas y la Unión Europea contribuyeron con su más bien escaso nivel habitual de determinación y los Estados Unidos permanecieron callados, a petición del Reino Unido.

Esa es la lección que ha aprendido Irán: hizo una pequeña prueba y encontró debilidad. Ahmadineyad, el presidente, podrá llevar a cabo provocaciones iguales o mayores con la confianza de que no encontrará una respuesta firme. Irán se quedó con todos los ases y los jugó en el momento y de la manera que quiso. Al final, la diplomacia británica fue irrelevante. Ahmadineyad manejó los hilos todo el tiempo, burlándose y aconsejando a Blair no procesar a los rehenes por entrar ilegalmente en aguas iraníes, tal y como habían confesado. ¡Menuda caradura! Y lo que suena aún más increíble a los oídos norteamericanos, algunos en Gran Bretaña criticaron a Blair por ser demasiado duro.

Envalentonado como está Irán ahora, e irónicamente para los defensores de la negociación, es aún menos probable que se llegue a un acuerdo sobre una solución negociada al problema del armamento nuclear, aunque tampoco es que haya habido nunca grandes posibilidades de que sucediera. Un Irán que intuya debilidad tiene todos los incentivos para acelerar su programa de armamento nuclear, incrementar su apoyo a Hamás y Hezbolá y llevar a cabo aún más atentados terroristas en Irak. Como resultado, el mundo será un lugar más peligroso.

Posiblemente, los iraníes estaban divididos internamente y bien podrían haberse tropezado con el éxito al final. Esto ya ha movido al establishment de comentaristas de izquierdas a concluir que el enfoque "paciente" del Foreign Office funcionó. Los capitanes Ahab de la diplomacia británica y norteamericana, obsesionados con su búsqueda de "moderados" iraníes, esas grandes ballenas blancas, están proclamando que ésta es otra victoria "moderada" más. Ciertamente, los "moderados" prevalecieron; ¿cómo explicar si no la liberación de los rehenes?

Indiscutiblemente, los ganadores en Irán fueron los radicales. Era Ahmadineyad el que apareció continuamente bajo la atención internacional, el que concedió medallas a los miembros de la Guardia Revolucionaria que capturaron a los rehenes, el que anunció la liberación de los mismos y recibió sus agradecimientos. Aun en el supuesto de que los moderados tuvieran algo que ver en el resultado, la conclusión sigue siendo la misma: ¿quién incrementó su poder relativo dentro del círculo del poder iraní? Las pruebas señalan inconfundiblemente a Ahmadineyad. Si reforzar su poder dentro de la dirección de Teherán equivale a un éxito de la diplomacia británica y los moderados iraníes, da miedo preguntar qué es lo que constituiría un fracaso.

Desafortunadamente para Occidente, los mulás tuvieron una semana santa muy feliz allá en Teherán. Lo único que ha crecido en esta crisis es la determinación iraní y su resolución a plantarnos cara donde y cómo decidan hacerlo, ya sea en Irak, con las armas nucleares o con terrorismo.

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