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Amando de Miguel

Nombres

A mí también me gustaría preguntar a todas esas personas a las que tanto les molesta que les cambien el nombre (léase el amigo Josep Lluís) por qué cambian en Cataluña el nombre del monarca español.

La cuestión del nombre propio de las personas con sus correspondientes apellidos no es cosa menor. Estamos ante uno de los fundamentos de la personalidad. Somos lo que somos en buena parte porque nos llamamos, o mejor, nos llaman de una forma que es difícil de cambiar. Como proyección de ese fenómeno, los lugares geográficos (desde las calles hasta las constelaciones), las personas jurídicas y las instituciones tienen también nombre propio exclusivo, que requiere la mayúscula inicial. Hasta la cotidiana internet se viste con mayúscula, a veces hasta la televisión y las marcas comerciales. Las mayúsculas hacen que las palabras se pongan en procesión.

Juan Evaristo Fernández me comunica una noticia del diario Clarín, de Buenos Aires. Es "el caso de unos padres que, ante la imposibilidad de llamar a su hijo Diego, porque salió niña, la llamaron Mara Dona".

Susana Molledo (Bilbao) echa su cuarto a espadas sobre lo de Josep Lluís Carod-Rovira y su suspicacia porque no reciba el adecuado nombre en catalán: A mí también me gustaría preguntar a todas esas personas a las que tanto les molesta que les cambien el nombre (léase el amigo Josep Lluís) por qué cambian en Cataluña el nombre del monarca español. Que yo sepa, se llama Juan Carlos y no hace mucho tiempo, inaugurando no sé qué en la tierra del cava, descubrió una placa en la que se leía Joan Carles I. A Sofía (¡qué pena!) no pudieron cambiarle el nombre. Si a ellos les sienta mal que les castellanicen ¿por qué hacen lo mismo catalanizando el de los demás?

Se me ocurre que sí se podría traducir el nombre de Sofía (= Sabiduría) al catalán: Saviesa. Y al vasco: Jakituria.

J de A opina muy sensatamente: "No seré yo quien defienda a este señor, pero habiendo tantos aspectos donde se le puede criticar de forma racional, tratar de atacarle mediante un bulo que afirma que no se llama como se llama y que no nació donde nació (máxime cuando es algo fácilmente comprobable en el registro civil, que es un registro público como sabemos los genealogistas) es a todas luces ridículo, y visto sin apasionamiento, no favorece demasiado a quien realiza el ataque."

Eduardo Fungairiño opina que le "parece inevitable que cada idioma pueda adaptarse el nombre, apellido o nombre geográfico a su grafía y a su gramática". Acompaña algunos ejemplos: Si en Galicia a Getafe lo llaman Xetafe y en Cataluña a Teruel lo llaman Terol, a Fernando el Católico le llaman Ferrán y al Rey Juan Carlos le llaman Joan Carles, no veo por qué en español no puede decirse José Luís de Josep Lluís o Raimundo Lulio en lugar de Ramón Llull.

Mi opinión es que ese proceso traductor se realiza en algunos casos, por lo general los que revelan una mayor familiaridad con el nombre traducido, por ser cercano o por ser clásico. También cuenta la eufonía.

María Paz Velásquez aporta un buen ejemplo para la tesis anterior: "Cuando Gerald Brenan vivió en España (Las Alpujarras), la gente del pueblo lo conocía por don Gerardo, creo que nunca protestó, es más sonreía. Quizá estaba seguro de sí y no como estos nuevos nacionalistas de café que quieren ser más papistas que el papa."

Ignacio Aliño Alfaro me escribe: "Tomás Moro ¿no era Thomas Moore? Incluso, parece ser que se llegó a latinizar como Thomas Morus, fórmula preferida por los alemanes." Tomás Moro, como lo conocemos los españoles, se llamó realmente Thomas More. Recibió en vida el título de sir y en 1935, al ser canonizado, el de saint (para los católicos, claro). Su nombre latino fue Thomas Morus.

Rafael Palacios Velasco señala que en Asturias su nombre propio se transforma hipocorísticamente en Falo, Falín, Faluco, Falito o Falón. Una buena ocasión para el diván del psicoanalista.

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