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Cristina Losada

Un 'neverendum' de patriotas y traidores

Irán y vendrán sondeos, ¡otra vez!, en tiempos venideros, pero ese 44,7 por ciento queda.

Irán y vendrán sondeos, ¡otra vez!, en tiempos venideros, pero ese 44,7 por ciento queda.

Se ha escrito, con alguna exageración, que antes de que se diera luz verde al referéndum de independencia en Escocia había menos escoceses partidarios de marcharse del Reino Unido que ingleses partidarios de que se fueran. Ya digo que era una hipérbole; una basada en las imprecisas tomas de temperatura que son los sondeos. Lo que ahora puede decirse sin exagerar un ápice, con la precisión inapelable de las urnas, es que está a favor de separarse un 44,7 por ciento de los residentes en Escocia. Los escoceses residentes en otros lugares del Reino Unido no tenían vela en este entierro.

Acabo de escuchar a un dirigente del SNP felicitándose por el buen resultado, a pesar de la derrota. Dijo aproximadamente que era mucho mejor de lo que podían esperar en 2011. Aun concediendo que el perdedor siempre presenta el vaso medio lleno, algo de razón tiene. El independentismo escocés, que hace años era marginal, ha estado a punto de conseguir la fractura del Reino Unido. Su ascenso a lo largo de la campaña abre la cuestión, nada baladí, de si la dinámica del proceso referendario benefició más al separatismo que a los partidarios de la unidad.

Se ha achacado el auge final del independentismo a la mala campaña que hicieron sus oponentes. La crítica dice que los del fueron positivos, que se centraron en lo estupenda y maravillosa que iba a ser una Escocia libre del Reino Unido y de los odiados tories, mientras que los del no fueron negativos y agoreros, limitándose a advertir de las funestas consecuencias de separarse. Bueno, claro, si alguien se va a tirar por un precipicio, el que le avisa de que se romperá la crisma está siendo negativo. Pero ¿no tiene razón? Sea como fuere, resulta que la ruptura de una convivencia secular acaba dependiendo de la destreza comunicativa que unos y otros son capaces de exhibir durante unos cuantos meses.

Es obvio que influyeron muchos factores, y no pocos ajenos al asunto mismo de la independencia. Un proceso de este tipo es como una campaña electoral, con la diferencia de que si te equivocas no puedes enmendar la cosa a los cuatro años. Pero hay un factor del que se ha hablado poco, aunque se refirió a él Gordon Brown en el discurso que dio la víspera de autos. Fue cuando dijo que no era menos patriota escocés el que votara no, sino todo lo contrario. El nacionalismo escocés, como todos, se apropia de la bandera, de la identidad, de la cultura: convierte a todo el que no esté con él en un traidor a esa bandera, a esa identidad, a esa cultura, a esa lengua.

La presión ambiental sobre el no independentista es mucho menor en Escocia que en Cataluña, pero aun así: la calle fue suya. Escocia se transformó en un cartel gigante a favor del , mientras la mayoría de los partidarios del no se cuidaban de no exponer sus preferencias en público. Un escenario así no sólo lleva a muchos a esconder su preferencia: tiene un efecto arrastre.

Así las cosas, irán y vendrán sondeos, ¡otra vez!, en tiempos venideros, pero ese 44,7 por ciento queda. No sólo queda como la piedra sobre la cual el nacionalismo levantará de nuevo su "vacío culto al ", en expresión del escritor escocés Ewan Morrison. Queda también como muro separador. Frente a lo que dice nuestro Mas, de que "votar no divide, votar une" (y lo dice quien quiere votar la separación y votar por separado), un proceso y un resultado así consolidan la existencia de dos comunidades políticas con proyectos radicalmente incompatibles.

¿Que estaban ahí antes y que el referéndum era la mejor forma de resolver el conflicto? Asumiendo, que es mucho asumir, que se ha resuelto, la cuestión es hasta cuándo. No sabemos si la polarización, acrecentada por el proceso referendario, irá a menos. Pero sabemos que el nacionalismo hará por alimentarla. Tratará de que este 18-S sea sólo el principio de un neverendum.

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