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Mario Noya

La ‘vanguardia suní’ y cómo convertir los cisnes negros en grises

Tan distintos entre sí, los une la argamasa formidable del miedo al advenimiento del Irán Atómico, que revolucionaría por completo el tablero geoestratégico.

Tan distintos entre sí, los une la argamasa formidable del miedo al advenimiento del Irán Atómico, que revolucionaría por completo el tablero geoestratégico.

¿Qué países componen la vanguardia que protagoniza este informe muy recomendable del London Center for Policy Research? Los tres más importantes del submundo suní –el más importante del mundo islámico–: Egipto, el más populoso; Turquía, el más poderoso en términos militares, y Arabia Saudí, el más rico. Tan distintos entre sí, los une la argamasa formidable del miedo al advenimiento del Irán Atómico, que revolucionaría por completo el tablero geoestratégico del Gran Oriente Medio. No sólo.

Obama tiene un plan: un equilibrio Sunna-Shia que permita a Estados Unidos dejar de hegemonizar la zona. Ese plan pasa indefectiblemente por que Irán, persa, chií, cobre fuerza e influencia y por que la pierdan sus enemigos cordiales del mundo árabe y suní, egipcios y saudíes por máximos ejemplos. Comprensiblemente, ese plan no gusta nada en El Cairo y Riad, donde se sienten traicionados por un socio del que ahora desconfían profundamente y al que quizá contraprogramen con un plan propio que descanse en la nuclearización de la zona vía Pakistán, suní, quizá el país más peligroso del orbe, según se advierte en estas páginas: tiene la Bomba, un conflicto potencialmente catastrófico por Cachemira con la igualmente atomizada India y unos servicios de inteligencia militar con unas muy turbias relaciones con Al Qaeda y el Talibán. La vida es lo que pasa mientras se tienen otros planes, Mr. Obama, puede que le adviertan desde esas capitales en las que no se le admira y con aprobación reparan en Rusia (El Cairo) y China (Riad).

¿Cómo encajar en este dibujo a Turquía, que es suní como Arabia Saudí y Egipto pero, como Irán, no es árabe? Quizá adjudicándole el papel de bisagra. No lo vería con malos ojos Erdogan el Otomano, que sueña con devolver a su país el poderío que exhibió durante los siglos en que fue conocido como la Sublime Puerta y que sabe que de ninguna de las maneras podrá hacerlo si Teherán consigue atesorar armas nucleares. He aquí una causa, la principal en términos estratégicos, de que Ankara se alinee con El Cairo y Riad en la vanguardia suní. Otra, la principal en términos tácticos, es que en la crucial guerra siria comparte bando con los saudíes contra el alauita Asad, el gran activo de los iraníes en el mundo árabe y suní.

Todo esto es muy enrevesado, ciertamente. Bienvenidos al Gran Oriente Medio.

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La vanguardia suní tiene poderío militar, económico y civilizacional, si se me permite el palabro (Turquía dispone de uno de los Ejércitos más poderosos del mundo, la Universidad Al Azhar de El Cairo es el gran centro islámico del saber, Arabia Saudí alberga las sacrosantas Meca y Medina, los saudíes financian innumerables mezquitas y madrazas en todos los rincones del planeta…); pero en la retaguardia presenta críticas debilidades que pueden no solo frustrar su proyecto de frenar a Irán sino hacer que sus integrantes colapsen. En ellas se detienen Jed Babbin, David P. Goldman y Herbert L. London, los autores de este informe que les vengo comentando. De hecho, se atreven a formular predicciones a 3-5 años vista de acontecimientos que pueden provocar que la vanguardia suní se venga abajo, con consecuencias formidables para la zona. No sólo.

Sobre Turquía se cernirían estas amenazas, según los documentados augurios de Herbert London:

– Un golpe militar que desaloje a Erdogan del poder y suma el país en una situación similar a la que se vive en Egipto desde los derrocamientos de Mubarak y Morsi. He aquí la razón de las purgas que está ejecutando el sultán islamista en el establishment castrense desde hace años. (La relación de Erdogan con los militares es harto complicada: no se fía de ellos y hace todo lo posible para socavar su posición –fundamental en la república fundada por su padre Atatürk–, pero a la vez los necesita para mantener el orden doméstico –sobre todo en el Kurdistán– y proyectar poder fuera de las fronteras nacionales).

– La extensión a su territorio de la guerra siria, que de hecho ya está causando estragos (Turquía acoge a más de un millón de refugiados). Erdogan, en tiempos aliado –y amigo personal– de Asad, se ha jugado el todo por el todo por los rebeldes, al punto de que incluso se le acusa de contribuir al fortalecimiento del psicopático Estado Islámico (EI) del califa Abu Bakr al Bagdadi. Esta apuesta le puede salir muy cara, especialmente desde la traición de su socio supremo, Estados Unidos, el año pasado, cuando Obama pactó con Putin, magno protector de Asad, la destrucción del arsenal químico de Damasco a cambio de la permanencia en el poder del tirano baazista, que ahora incluso ve cómo su archienemigo americano pone la carne en el asador para laminar al EI, que ha conseguido hacerse con el dominio de importantes porciones de su país.

– El desplome económico. La economía local ha pasado de protagonizar un publicitado milagro a estar sumida en el marasmo. La deuda es una bomba que le puede estallar en la cara a Erdogan, que en buena medida debe su popularidad, precisamente, a su gestión económica, que se está revelando burbujística. Para respirar en el terreno financiero Ankara depende del pulmón que le procura Riad, donde no se acaban de fiar de Erdogan por su declarada simpatía por los Hermanos Musulmanes y su réplica palestina (Hamás). Pero es que además la economía turca es energéticamente dependiente de Rusia (petróleo) e Irán (gas), países con los que Ankara no está precisamente alineada –Turquía es miembro de la OTAN– y antagonistas de Arabia Saudí, que es la que le financia sus tratos con ellos…

– Un levantamiento en el Kurdistán. Es el asunto interno turco por antonomasia. En estos momentos estas aguas están tranquilas, al punto de que el líder del PKK, Abdulá Öcalan, preso desde 1999, ha anunciado que el conflicto está a punto de llegar a su fin. Pero quizá se compliquen las cosas si Bagdad azuza a los kurdos turcos y paga así a Ankara su reciente alianza con los kurdos iraquíes, que disfrutan de una suerte de semiindependencia desde el derrocamiento de Sadam Husein y que cuentan con amplio respaldo internacional por su implicación en la lucha contra el Estado Islámico. El Kurdistán turco es un polvorín que, de estallar, puede provocar graves trastornos en Siria, Irak e Irán, como cabe colegir con solo echar un vistazo a este mapa.

En cuanto a Egipto, el futuro inmediato se presenta color boca de lobo, advierte David Goldman. Es "una república bananera sin bananas", uno de los países "menos preparados" para la Modernidad, el "enfermo de África del Norte" permanentemente agitado por una multifacética convulsión social. Antaño célebre granero envidiado, hoy importa la mitad de los alimentos que precisa para alimentar a sus 85 millones de habitantes… y aun así lo consigue a muy duras penas: en 2013 estuvo a punto de padecer una colosal hambruna y la carestía siempre está ahí, como el dinosaurio del cuentito de Monterroso. Su economía no es que vaya mal: es que está condenada a lo calamitoso, con miríadas de jóvenes infracualificados sin posibilidad de prosperar, una inflación indomeñable y un sector turístico en coma desde 2011. No hay alternativa a la ayuda masiva procedente del Golfo, sentencia Goldberg, que se muestra muy crítico con la manera en que Estados Unidos ha afrontado la primavera egipcia y que considera que lo mejor –o menos malo– que puede hacer Obama es contribuir a la consolidación del régimen del mariscal Sisi, para así cerrar la brecha que se ha abierto entre Washington y El Cairo a raíz del derrocamiento de Mubarak y, sobre todo, del de Morsi, pues los militares egipcios se sintieron traicionados por el amigo americano y desde entonces lo miran con todas las suspicacias. Es más, apunta Goldberg: Sisi estaría esperando a que Obama abandone la Presidencia y que el próximo inquilino de la Casa Blanca le sea más propicio; entre tanto, emprende visitas de capital importancia a Moscú, y quizá incluso vuelva a situar a Egipto en la órbita rusa, lo que le asemejaría aún más a su admirado Gamal Abdel Naser, campeón del antiamericanismo panarabista.

El derrumbe de Egipto podría derivar en un éxodo norafricano a Europa de vastas proporciones, en la incandescencia de la frontera oriental de la ya ingobernable Libia, en el fortalecimiento de las organizaciones terroristas que operan en Gaza y el Sinaí (Hamás, Yihad Islámica Palestina, filiales de Al Qaeda…), en la desestabilización de Jordania y los países del Golfo con vastos contingentes de trabajadores egipcios e incluso en el cierre del Canal de Suez, uno de los grandes nodos del comercio internacional. En verdad no parece el escenario más adecuado para un futuro promisorio.

Last but not least, Arabia Saudí: rentier state que vive del petróleo (80% del presupuesto nacional, 90% de las exportaciones) y donde casi nadie trabaja (el 80% de los 8 millones de trabajadores –para una población total de 27 millones– es extranjero, y los escasos nacionales activos se desempeñan en el sector público); feudo de los Saud (la Familia Real tiene 24.000 miembros) y bastión del wahabismo, parece descansar sobre una Falla de San Andrés socioeconómica que, de quebrarse, podría ocasionar un terremoto cataclísmico.

El Reino, más que un Estado, es un cacique que no cobra impuestos a los saudíes pero, a cambio de eso y de subsidiarles la vida, tampoco les reconoce derecho democrático alguno. Los saudíes, en efecto, no son ciudadanos sino súbditos. El contrato social que rige allí es la antítesis del rousseauniano, viene a decirnos Jed Babbin, autor de esta parte del informe. Para representarlo más vale imaginar no un código legislativo sino una ubre de vaca: mientras mane leche no habrá mayores problemas; como no mane o mane escasa, con toda seguridad muchos terneros se tornarán furiosos morlacos.

Especialmente sensible es esta cuestión en la zona oridental del país, donde se concentran los pozos petroleros… y la minoría chií, humillada y ofendida con constancia por los guardianes suníes de la ortodoxia. Sí, en el Reino unos súbditos son más súbditos que otros: los chiíes son súbditos de segunda que no tienen más que mirar al otro lado del Golfo para encontrar apoyo en sus correligionarios de la República Islámica del muy temido Irán en trance de ser atómico.

He aquí la mayor amenaza que se le presenta a la Casa Saud: un levantamiento chií con apoyo iraní. Puesto a concebir escenarios infernales, Babbin considera la posibilidad de que el Oriente del Reino se convierta en algo parecido al Triángulo Suní iraquí, un foco de desestabilización formidable que acabe por desencuadernar el país. ¿Se imaginan a la Guardia Revolucionaria iraní implicada de hoz y coz en una guerra civil saudí? ¿Y, ya puestos, al Estado Islámico librando una guerra de exterminio antichií en el mero corazón del mundo islámico? Para entonces, ¿tendría la República Islámica armamento nuclear? Háganse una idea de las consecuencias para el Reino. No sólo.

Babbin augura una sucesión harto conflictiva del nonagenario Abdalá. Tensiones internas, injerencias externas, todo el Gran Oriente Medio en tensión extrema y esta Falla de San Andrés pasando por Riad, Medina y La Meca. Háganse una idea.

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¿Qué pretenden Babbin, Goldman y London escribiendo este informe? No asustar sino prevenir, que es lo que –denuncian– no hace la política exterior norteamericana, lo que la convierte en reactiva y, por tanto, incapaz de maniobrar con eficacia ante cisnes negros como la caída del Muro de Berlín o, mucho más importante para lo que nos preocupa, el 11-S. Como el ya mentado dinosaurio de Monterroso, los cisnes negros siempre van a estar ahí, alterando dramáticamente el devenir de la Historia. Se trata de prepararse mejor para sus irrupciones, ampliando el campo de lo concebible y analizando concienzudamente datos y hechos que podrían desencadenar lo inesperado. De convertirlos, según su terminología, en atisbados cisnes grises.

Jed Babbin, David P. Goldman y Herbert L. London: The Sunni Vanguard. The London Center for Policy Research, 2004.

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