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Guillermo Dupuy

¿Reforma constitucional? La que teman los nacionalistas

Me parece absurdo que nos colguemos el sambenito del 'inmovilismo' y dejar el atractivo del 'reformismo' a quienes tratan de incidir en el error.

Me parece evidente que el principal problema de la Constitución del 78 es que no se cumple ni se hace cumplir en buena parte de España. Por otra parte, no creo que la reforma de nuestra Ley de Leyes sea la cura milagrosa que logre borrar de un plumazo la crisis nacional que nos aqueja.

Sin embargo, y habida cuenta también de la ostentosa y radical deslealtad que los nacionalistas han mostrado al consenso del 78, me parece simplemente de pardillos que no valoremos siquiera como posibilidad propuestas de reforma destinadas a retirar de nuestra Carta Magna las muchas concesiones que en ella se hicieron a estas formaciones minoritarias que lo que han perseguido y siguen persiguiendo es la quiebra misma de la soberanía nacional, sobre la que se asienta el entero edificio de nuestro Estado de Derecho.

Porque, reconozcámoslo, el Estado autonómico surgido de nuestra Carta Magna –uno de los más y, al mismo tiempo, peor descentralizados del mundo–, o la aceptación del vocablo nacionalidad para referirse a una región, o el reconocimiento del régimen foral en los conciertos vasco y navarro, han sido concesiones que, lejos de ganar el apoyo de las minorías nacionalistas a nuestra Ley de Leyes, han servido, por el contrario, para que los separatistas avancen, propaguen y financien sus proyectos de ruptura.

Es cierto, tal y como apunta Cristina Losada, que cuando uno descubre que hay un incendio en su casa no llama a una empresa de prevención para que diseñe una nueva instalación, sino que lo primero que hace es llamar a los bomberos. Es verdad también que muchas de las disfunciones que nos aquejan proceden del comportamiento de los políticos y no del texto constitucional.

Sin embargo, reconozcámoslo, buena parte de la praxis indeseable de los políticos se nutre de la insuficiente claridad de la letra de nuestra Ley de Leyes. Tal es el caso de nuestro disfuncional y despilfarrador Estado autonómico, de la poco clara separación de poderes que consagra o la nada perfilada separación de competencias entre los distintos ámbitos de la Administración pública.

El oxigeno otorgado a los nacionalistas ha resultado en sus manos gas, con el que pretenden quemar el entero edificio constitucional. Llamemos a los bomberos, sí, pero reivindiquemos una reforma de las instalaciones que tapone fugas y haga nuestro hogar menos inflamable.

Lo que me parece absurdo es colgarnos a nosotros mismos el sambenito del inmovilismo y dejar el atractivo del reformismo a quienes tratan de hacer nuevas concesiones a los nacionalistas en un no tanto estéril como contraproducente intento de contentar a los que no se van a contentar. Más aún cuando lo cierto es que hay muchas formaciones regeneracionistas, tan combativas con el nacionalismo disgregador como leales a la Constitución, que sí han detallado sus propuestas de reforma. Paradójicamente, sin embargo, la atractiva etiqueta del reformismo se las adjudican quienes, como los socialistas o el frívolo de Anson, no se atreven a detallar su propuesta de reforma.

Cataluña no va a tener mejor encaje en España por el hecho de que se busque un mejor acomodo a los nacionalistas. Es más, difícilmente lograremos que los traidores a la Constitución del 78 pasen a aferrarse a ella sin que los leales a nuestra Carta Magna muestren al menos su disposición a reformarla como penalización a su incumplimiento.

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