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José T. Raga

La obligación de pagar las deudas

Las deudas vencen y hay que pagarlas, aunque algunos aceptan, y hasta proclaman, que las deudas se pagan a no ser que se dejen de pagar.

Hay problemas sociales que, aun con dolor, hay que ponerlos sobre la mesa con la mayor crudeza y realismo. Disfrazarlos y entonar cánticos lastimosos sin fundamento alguno es indicativo de un fariseísmo que insulta más allá del umbral de lo que se pretende mitigar.

La situación de Grecia después de las elecciones generales y de la formación del nuevo Gobierno presenta un escenario de suyo conflictivo. La cosa podría enunciarse así: hemos sido humillados por Europa al imponer medidas que los griegos no deseamos –las de austeridad–, por lo tanto odiamos a quienes nos obligaron a ello, porque tenemos derecho a vivir en la abundancia como otros de nuestro continente.

La pretensión es legítima, aunque con un pequeño problema: no se puede vivir en la abundancia si no se genera abundancia para vivir de ella. Y, en esta materia, la desigualdad es paradigmática. Unos desarrollan un trabajo muy productivo, mientras otros hacen una aportación de escasa productividad; unos tienen jornadas prolongadas de trabajo, mientras otros optan por jornadas reducidas, por aquello de que también tienen derecho al esparcimiento.

La historia, por hacerla corta, concluye en que unos tienen un excedente de renta sobre su consumo –y conforman un ahorro para sus imprevistos o necesidades futuras–, mientras que otros gastan por encima de sus rentas –porque también tienen derecho al bienestar general–, lo cual sólo puede resolverse endeudándose con quienes tenían capacidad de ahorro.

Las deudas vencen y hay que pagarlas, aunque algunos aceptan, y hasta proclaman, que las deudas se pagan a no ser que se dejen de pagar. Creyendo con ello haber resuelto el problema del endeudamiento. El anuncio/proclamación, no obstante, es tan atractivo que no es extraño que despierte tantos votos como para ganar unas elecciones. Sin embargo, la realidad dice que si no se está dispuesto a gastar menos de lo que se genera, no hay fórmula matemática que permita amortizar una deuda.

Aunque, si siguen prestándonos dinero para seguir gastando por encima de nuestra renta, y aceptando, además, que no se les devuelva, el mundo es mucho más atractivo de lo que suponíamos. Lo que ocurre es que al prestamista le gusta que el prestatario le devuelva el préstamo y no prestará si no confía en que el deudor podrá devolver lo prestado.

Grecia está en una difícil situación: debe mucho dinero; necesita más dinero para seguir pagando las necesidades diarias, pero no está dispuesta, alentada por los gobernantes, a hacer sacrificios; no le gusta la austeridad y sí la opulencia que no tiene.

Su confianza está en el derecho al crédito, que evidentemente no existe. El crédito se produce cuando el acreditado merece la confianza de que hará honor al compromiso de devolución. ¿Quién va a tirar la primera piedra? ¿Confesará el gobernante que engañó en la campaña electoral prometiendo algo imposible? ¿O arrojará el pueblo la pedrada sobre el gobernante que mintió?

Habrá que verlo y tomar nota, por si acaso.

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