El viernes pasado asistí en Málaga a una conferencia de Luis del Pino, que estuvo soberbio, como siempre, y después tuve la ocasión de cenar con él y con un nutrido grupo de peones negros malagueños. Pasamos un rato estupendo que me empeñé en estropear recitando a los postres este soneto.
Del olivo, la paz y la esperanza;
del roble, la maciza fortaleza;
del sufrido alcornoque, la dureza,
y del laurel, el triunfo y la pujanza.
De la rugosa encina, la confianza;
del cerezo, el lirismo y la belleza;
del extraño pinsapo, la entereza,
y del almendro, el tino y la templanza.
De la palmera, el sol y la alegría;
del ciprés, la quietud del cementerio;
del abeto, las blancas Navidades.
Del Olmo, la indecente cobardía;
del siniestro Manzano, el gatuperio.
Y Del Pino, el valor y las verdades.