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Luis Hernández Arroyo

Preguntas sin respuesta

Tenía razón Solzhenitsyn cuando fue brutalmente expulsado de su patria y dijo que occidente tampoco lucía muy boyante: según él, había caído en un inmenso mar de derechos sin correlativos deberes.

Al doctor de las sedaciones le exculpan por falta de autopsias. La sentencia, sin embargo, es inequívoca... El juez condena moralmente, pero levanta la pluma al final; y me confirma lo que ví en algún informativo: que algún colega médico (¿?) no negaba los hechos, sino que se mostraba orgulloso de la puesta en práctica de un nihilismo “caritativo”, por el cual se “aliviaban” penas a personas que no sabían el “favor” que les iban a hacer. Sedación gratis total y a flotar en  la nada, macabra fórmula más propia de fanáticos, es decir, de creyentes en algo, aunque se proclamen ateos.
 
Estrictamente, un ateo debería ser una persona pasiva, no militante de su fe. El mejor filósofo ateo, Shopenhauer, predicaba la huida del impulso vital, refrenar toda la maquinaria del deseo y refugiarnos en el único consuelo, que para él era el arte. Si para él el mundo era absurdo, demostraba una gran coherencia. Pero resulta que estos “sabios” que lo saben todo son más activistas que nadie. En realidad ellos y sus escoltas –gays, ecologistas, y colectivos militantes a los que une sobre todo el anti– son los más activistas, los que más fe demuestran en estos tiempos terminales. Demuestran una gran vitalidad, sobre todo, a la hora de conseguir ayudas y subvenciones, incluso con métodos al  margen de la ley: métodos mafiosos. Pero, ¿Cómo no iba a ser así, si se han infiltrado entre nosotros como tales colectivos de presión, Si son tan fuertes en la opinión pública, que gozan de una patente de corso que ello mismos se han concedido y ninguna autoridad se atreva a retirarles?
 
¿Y los demás? A los demás no nos han extirpado la vida: nos han extirpado el criterio. No sabemos juzgar. Algo que antes era sencillamente malo, o el mal, ahora hay que sopesarlo. Si no, eres un fascista.  No somos capaces de responder a preguntas ahora complejas, antes fáciles. No busco la supuesta unanimidad, la condena social. Simplemente observo que la gente ya no tiene juicio. Ahora todo tiene dos o más respuestas, incluso en la ciencia. En economía, por ejemplo, se están creando miles de sesudos papeles al día demostrando soluciones incompatibles entre sí. No importa: las matemáticas, con su frío rigor implacable, se lo tragan todo.
 
Todo es gris, me decía un colega hace poco, ¿Por qué empeñarse en verlo blanco o negro? Sobre todo si no definirte te permite cazar sustanciosas rentas del erario, le contesté.  La grisura, sin embargo, es el mal de occidente. Es su condena a plazo. Tenía razón Solzhenitsyn cuando fue brutalmente expulsado de su patria y dijo que occidente tampoco lucía muy boyante: según él, había caído en un inmenso mar de derechos sin correlativos deberes. Desde el fondo de su ingenuidad, quería convencernos que esos deberes deberían salir de nuestra propia convicción (le llamaron fascista)… Cuando cayó la tiranía soviética, se volvió a su patria desencantado. Pero en lo básico tenía toda la razón: sólo el cristianismo ha sido para nosotros la fuente moral para respondernos preguntas difíciles. Puede que hay otra, pero no la conocemos. Ahora que nos han secado esa fuente, no tenemos más que perplejidad ante las más dudas más fáciles.

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