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EDITORIAL

Contra el terrorismo, en Yemen, el Líbano o España

El 14-M escogimos esa vía, la fácil, la de enterrar la cabeza bajo la almohada y rezar para que no nos hagan nada si nosotros los tratamos bien. Pero eso tan sólo provoca que el problema se agrave y vuelva a nosotros con mayor virulencia.

Nunca hubiéramos querido que el tiempo nos diera la razón, y menos tan rápido. Advertíamos ayer, a propósito de los tres intentos de atentado que ha sufrido Gran Bretaña estos últimos días, que Zapatero le había hecho un flaco favor a los demás países occidentales al acceder a los deseos de los terroristas islámicos retirándose de Irak. La cesión frente a un enemigo decidido y fanático es siempre interpretada como debilidad por éste, y los resultados prácticos del 11-M no podrían haber sido mejores para los islamistas. De ahí que el cambio de gobierno en el Reino Unido se haya inaugurado poniendo a prueba la capacidad de resistencia del nuevo primer ministro. La voluntad de Zapatero de acceder a los deseos de quienes asesinan para obtener resultados políticos, ya sean islamistas o nacionalistas vascos, da alas a los criminales.

En estos momentos no sabemos si tanto el atentado del Líbano contra nuestras tropas como el de Yemen contra turistas españoles se han llevado a cabo teniendo en cuenta la nacionalidad de los atacados. Pero no cabe duda de que las indecisiones en materia de lucha contra el terror de los países occidentales no hacen sino acrecentar las expectativas de recompensa en aquellos que han optado por el terror como método para imponer su forma de vida a los infieles. Del mismo modo en que Gordon Brown debería reconsiderar la decisión de dejar Irak en los plazos anunciados, para dejar claro que los atentados no sólo no logran nada, sino que pueden resultar contraproducentes, España no debería ni plantearse la posibilidad de retirar nuestras tropas del Líbano o de Afganistán, como se había rumoreado estos días.

Puede, no obstante, que la causa del atentado que ha costado la vida a siete ciudadanos españoles mientras visitaban el Yemen esté en el otro gran objetivo de Al Qaeda. Para los islamistas, el ataque a Occidente ha de estar acompañado con el derrocamiento de los gobiernos laicos o no suficientemente islamistas, casi siempre dictaduras, que están al frente de muchos países musulmanes. Uno de sus objetivos son los turistas, fuente de legitimación y de dinero para estos regímenes. Poco les importa que sean víctimas inocentes, pues para ellos son infieles tan culpables como el que más de no seguir la fe de Alá. Sea cual sea, por tanto, el resultado perseguido con este deleznable crimen, no puede ocultarse que son nuestras creencias, o falta de ellas, las que nos hacen objetivo preferente.

El islamismo está en guerra contra Occidente. El que nosotros, sentados cómodamente en nuestra butaca, podamos preferir pensar otra cosa no es sino una huida de la realidad, tan habitual en los discursos de Zapatero. El 14-M escogimos esa vía, la fácil, la de enterrar la cabeza bajo la almohada y rezar para que no nos hagan nada si nosotros los tratamos bien. Pero eso tan sólo provoca que el problema se agrave y vuelva a nosotros con mayor virulencia. Políticas como el proceso de rendición ante ETA o la ridícula alianza de civilizaciones no son sólo inútiles como métodos con los que acabar con el terrorismo, sino que resultan contraproducentes. Hacen que nuestros enemigos nos perciban como débiles, y acrecientan sus apetitos. La única opción que tenemos frente al terrorismo es la lucha, y cuanto antes nos demos cuenta de ello más probabilidades tendremos de salir airosos de esta guerra sin cuartel.

Lo vimos claro cuando Aznar, por primera vez en nuestra democracia, puso la directa con la denigrada "solución policial". ETA estuvo a punto de desaparecer. Ahora se ha hecho más fuerte tras el proceso llevado a cabo porque la arrogancia de Zapatero le hizo pensar que los terroristas accederían a negociar su fin con él "porque era el tiempo de acabar con ETA", según dijo en una entrevista al BOE ilustrado, y "lo normal es que las cosas salgan bien" si a esa convicción se le añadían "unas gotas de sentido común y de intuición", algo que se daba "por descontado en una persona muy bregada políticamente" como él. El resultado de su irresponsabilidad es una banda fortalecida que se ha rearmado y ha regresado a las instituciones.

El mismo principio debe aplicarse a la lucha contra el terrorismo islámico. En casa podemos enfrentarnos a él con medidas policiales. Pero en el extranjero necesitamos al Ejército, porque no disponemos de otro método cuando tenemos que acabar con amenazas que proceden del exterior. No se puede marear la perdiz discutiendo sobre si las misiones son "de paz" o sobre si los organismos internacionales considerados competentes han dado o no su plácet. No son más que excusas para ocultar la cobardía de quien no se atreve a emprender una guerra que, desgraciadamente para todos nosotros, es la que nos tocará sufrir las próximas décadas.

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