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Ignacio Cosidó

El espíritu dormido

No necesitamos más víctimas inocentes para recuperar nuestra determinación de derrotar al terror. No es necesario otro mártir para darnos cuenta de que ceder al chantaje de los terroristas conduce no sólo a nuestra derrota sino a nuestra indignidad

Abracé el pasado jueves a la hermana de Miguel Ángel Blanco en Bilbao. Y pude sentir en ella el espíritu vivo de su hermano, pude tocar en ella la herida abierta que nunca cicatriza, pude ver en sus ojos la inocencia infinita golpeada por la infinita injusticia del terror, puede oír en su voz la valentía y la dignidad de los que no se rinden, de los que no se achantan ante los asesinos, de los que a pesar de todo siguen en pie y con su ejemplo nos mantienen en pie a todos frente al horror.
 
En Ermua comenzó hace diez años una rebelión cívica contra el terrorismo. En Ermua se acabó la resignación ciudadana frente a ETA que hizo del terror durante décadas un mal inevitable con el que estábamos condenados a convivir eternamente. En Ermua nació la voluntad, la determinación, también la esperanza, de que no sólo podíamos, sino que debíamos derrotar al terrorismo. Hoy ese espíritu sigue latente en el corazón de la mayoría de los españoles. En muchos es un espíritu dormido, anestesiado por quienes ven en ese espíritu una amenaza para sus objetivos políticos o un obstáculo para su proyecto de paz claudicante, pero vivo aún.
 
El espíritu de Ermua sigue vivo y despierto en todas y cada una de las víctimas de ETA. En ellas sigue viva no sólo la verdad del terror, su inmensa miseria moral, su refinada crueldad, su vil cobardía, sino también su voluntad de vencer, su sed de justicia, su espíritu de la libertad. Nada podrá acallar la razón de las víctimas, ni el silencio al que algunos quieren someterlas, ni el desprecio con el que otros las castigan, ni la soledad en la que en demasiadas ocasiones han tenido que hacer frente a su dolor.
 
El espíritu de Ermua sigue vivo a su vez en los muchos millones de españoles que nos hemos echado a la calle en estos diez años para repudiar a los asesinos, para acompañar a sus víctimas, para mostrar nuestro más contundente rechazo a la negociación con el terror o para expresar nuestra viva indignación ante cesiones tan humillantes como la excarcelación de un asesino múltiple que sin la más mínima muestra de arrepentimiento chantajeó al Estado con una insoportable chulería.
 
Hoy es imprescindible revivir ese espíritu y volver a contagiarlo al conjunto de la sociedad. No podemos esperar a que el estruendo de la próxima bomba, Dios quiera que nunca llegue a estallar, despierte de su letargo a muchos españoles de bien. No necesitamos más víctimas inocentes para recuperar nuestra determinación de derrotar al terror. No es necesario otro mártir para darnos cuenta de que ceder al chantaje de los terroristas conduce no sólo a nuestra derrota sino a nuestra indignidad.
 
Fue el pueblo el que se alzó pacífica y democráticamente en Ermua para hacer frente al terror. Impulsados por un sentimiento noble y solidario que se situaba por encima de cualquier sigla partidista o interés político. Un viento que desenmascaró a todos los cómplices del terror y que hizo temblar a quienes simplemente lo instrumentalizaban en su propio beneficio. 
 
Estoy seguro de que ese mismo espíritu, el espíritu de la verdad, el espíritu de la justicia, el espíritu de la libertad, el espíritu de la victoria, el espíritu de Ermua clamará de nuevo en España. Ese espíritu colectivo volverá entonces a sublevarse contra el terror, contra quienes hoy lo siguen instrumentalizando en su propio beneficio político y contra quienes por puro oportunismo traicionaron ese espíritu con sus mentiras y con sus claudicaciones.

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