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Amando de Miguel

Insultos y malas palabras

Me es difícil insultar a una nación (o región) entera, que, además, ha sido siempre una parte de España. En todo caso habré insultado a los miles de furibundos nacionalistas catalanes, cuando se lo han merecido.

Miguel Ángel Taboada Pascual me acompaña un artículo de Gregorio Martínez (Washington, D.C., Estados Unidos) en el que se da cuenta de tres palabras prohibidas: cachar (= joder), chocha (= vulva) y pinga (= pene). Las tres se emplean en algunos países americanos. Añado que las tres se entienden perfectamente en España, como tantas veces ocurre con las voces y modismos que se creen solo de influencia regional o de procedencia americana. Los españoles entienden, por lo menos, que cacha equivale a una buena nalga apetecible. No hace falta apelar al verbo inglés to catch (= coger), para comprender que cachar es una acción que algo tiene que ver con las nalgas. Mejor será recordar el parentesco de cachondo (= que excita el apetito carnal) con catulus (= cachorro, y de ahí "perra en celo"). Es clara también la semejanza de chocha con el sonido de una almeja al abrirse o al ser succionada. En España se dice chocho y todo el mundo se entiende y se deleita con esa onomatopeya. Chochos son en Castilla los altramuces, por su clara semejanza con la vulva femenina. Respecto a pinga, es evidente su relación con algo que pende o cuelga. De ahí también pendejo, que asimismo puede ser un insulto, como pingo (= persona despreciable). Es indiscutible el parentesco con picha (= pene). Recuerdo otra vez que los sonidos con ch y p son muy corrientes en las palabras prohibidas. Bueno, últimamente ya no son tan prohibidas.

Xavier Botet se enfada conmigo por mis "repetidos insultos" a Cataluña. El hombre me dice que siente "pena por las [sic] miles de personas a las que induce a odiar a Catalunya y a los catalanes". Francamente, me sorprende que yo pueda haber insultado a Cataluña. Me es difícil insultar a una nación (o región) entera, que, además, ha sido siempre una parte de España. En todo caso habré insultado a los miles de furibundos nacionalistas catalanes, cuando se lo han merecido. Más bien habrán sido personas concretas de esa acción.

El insulto no me parece un acto tan grave cuando cumple determinadas condiciones. Por ejemplo, en la vida pública el insulto puede ser una forma de desplazar otras formas más rechazables de violencia. El principio de "todas las personas y todas las ideas son respetables" me parece una hipocresía. Hay personas (sobre todo si pertenecen al círculo público) que son muy poco respetables, y menos lo son algunas de sus ideas o conductas. Ya digo que peor que el insulto es la violencia en su forma más dañina. Por ejemplo, es violencia que mi nombre no pueda aparecer en determinados medios de comunicación más que si es para vituperarme. No es una fantasía. En algunos cuarteles nacionalistas o progresistas existen "listas negras" de personas que no pueden ser mencionadas más que para dañarlas. La cosa tampoco es tan grave con tal de que se respete la libertad de expresión, la oportunidad de réplica. Aquí la tiene don Xavier Botet para decir lo que le plegue. Odiaré algunas de sus ideas, pero amaré siempre a Cataluña, porque es parte de mi nación, de mi cultura.

Osprats me espeta: "Usted es un memo. ¿Porqué? [sic] Pues porque dice memeces". Estupenda lógica. El vituperio de memo me parece un tanto relamido o amariconado. Memo quiere imitar el lenguaje balbuceante de un niño o de una persona que no encuentra las palabras. Memo es también onomatopeya del balido de los corderos. Es una voz emparentada con mimo (= payaso de gestos) y mamar. Un derivado obsceno es mamón.

Don Osprats me considera "nacionalista español". No me tengo yo por tal, pues los nacionalistas suelen ser excluyentes, agresivos y violentos. No me identifico con esos sentimientos.

Puesto a buscar insultos, don Osprats me dedica esta inimaginativa contumelia: "Se va haciendo mayor, Sr. Amando... y se le nota. Sus argumentos son repetitivos". Supongo que el insulto es llamarme "Sr. Amando". No quiero pensar que el hecho inevitable y placentero de cumplir años sea un insulto. Me temo que, si eso es así, don Osprats debe de ser un lechuguino. Por otro lado, mis últimas publicaciones son ensayos, comentarios lingüísticos y novelas. Son géneros que se alejan bastante de los primeros cien libros por mí publicados.

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